Movía los dedos nervioso, mirando a la mujer de blanco, sintiéndose observado y haciendo oídos sordos a aquellos labios que se movían, expulsando palabras que no comprendía. Movía primero el índice, después el corazón y, por último, el anular. A continuación, los tres a la vez. Primero, los de la mano derecha; después, los de la izquierda. Y vuelta a empezar. Así, pasó una infinidad, el eterno retorno de Heráclito, los doce meses del año sin principio ni fin… Soy un puto exagerado, pero me estoy aburriendo en mi propia boda… Con ojos vacíos miró a la mujer rubia y de ojos verdes, qué cuerpo tiene, que tenía ante él… No recordaba el momento en que había pedido a ¿Gloria? – ¿o María? La manía de los padres de poner nombres religiosos a las hermanas – matrimonio. Él, que había jurado y perjurado que no caería en esa trampa… Gloria. Se llama Gloria. No vuelvo a pedir a Carlos que me haga la re-despedida de soltero el día anterior a la boda… Es mala idea… —Hijo mío, ¿estás bien? —Esa calva brilla y realza el alzacuellos y la sotana, lo habrá pensado alguien aparte de mí, se preguntaba el novio, ajeno a las preocupaciones del cura. Este susurrándole al oído: — Hace diez minutos que nos tienes en ascuas… Debes darnos una respuesta… y si es positiva, mejor que mejor… Yo no puedo soltar más sermones para cubrir tu silencio…

Una salva de ¡Que vivan los novios! anunciaba la llegada de los mismos al salón, hiperrecargado al estilo dorado de una de las habitaciones de la torre Trump, donde se celebraría el convite nupcial. Se notaba la tirantez de los novios. Por un lado, los dedos del novio se movían sin control, saltándose el orden y concierto que solía establecer para tranquilizarse; por otro, la cara de mala leche que tenía la novia, el ceño fruncido y echando fuego verde por los ojos cada vez que miraba al cabronazo al que había unido aquel cura calvo en la iglesia… —¿Ves la cara que lleva María? —bisbiseaba el tío Aurelio a la tía Águeda. —Se habrá enterado de los cuernos con lo que ese la ha coronado. —le respondía resuelta y sin cuidar el volumen de su gruesa voz la tía Águeda— Menos mal que Gloria no ha venido… —Mujer, porque María no la ha invitado… —Aurelio, ¿tú hubieras invitado a Adelino a nuestra boda? Aurelio miró hosco a su mujer. En ese momento una oleada de odio le recorrió el cuerpo y le recordó esa época en la que su hermano hizo aquello que él mismo se prohibió pensar y, por supuesto, tampoco verbalizar. Prefirió pasar en paz la boda de su sobrina y decidió unilateralmente charlar con el resto de su mesa y obviar a su mujer, hasta que se le pasase el enfado.

«Qué cabrones, me han puesto con todos los viejos» pensaba el único representante de su hermana Gloria: su hijo, Fidel. María había vetado la presencia de su hermana gemela, no por lo que me acaba de decir este hijo de puta, que también me lo ha podido decir otro día, no el día de mi boda… sino por las diferencias abismales que las separaban. A pesar de sus semejanzas físicas, mentalmente María se creía más estable y no quería que su hermana, a la que se le va la pinza, le montase un numerito en su boda perfecta… El fino choque del tenedor en la copa la sacó de su ensimismamiento –«un penique por tus pensamientos», le había dicho su ahora marido, en un intento desesperado de sacarle una sonrisa. La respuesta fue una mirada gélida y poco cariñosa, que le predecía una noche de bodas con poca acción… —Quiero decir unas palabras antes de que empecemos con este festín, que he pagado yo. —El padre de ella, orgulloso y ajeno a todos los enfados de su queridísima hija, ortopédico, logró levantarse y controlar su barriga, que le había otorgado el apodo de El Balleno en el pueblo— Nadie podrá negar que María y Esteban llevarán una vida plena, sin fisuras, sin secretos…

No pudo controlar la carcajada. ¿Sin fisuras y sin secretos? Toda la familia, aquí presente, sabe los escarceos de él, incluso con su otra hija, y las tendencias no muy católicas de ella… Como se entere de sus escapadas a ese centro budista todos los domingos cuando le miente diciendo que se van a comer a casa de los padres de él… Aun siendo ya mayor y aunque piense mi hijo que estoy chocha, me entero de las cosas mejor que él. Y ahora me mira, desde su posición alta en la mesa nupcial, rojo de ira, pensando que me voy a callar… Y no puedo parar de reír. Y todo el mundo me mira. Como si estuviera loca. Me levanto. Me ahogo. Veo que se acerca a mí. No puedo dejar de reír. Mi nieta, budista y su marido, putero. Vaya familia tengo. Todo el mundo, incluido el orgulloso padre y los recién casados, se levantaron e intentaron socorrer a la abuela Ana, que tuvo una muerte bastante divertida y descojonante, según le refirió Fidel a su madre tiempo después…

Los ojos verdes de ella se clavaron en los ojos inseguros y marrones de él. A pesar de todo, sus sentimientos, y la presión familiar —¿cómo iba a explicar a su padre que quería separarse de ese cretino?-, harían que le perdonara, otra vez más… Hasta que ingeniara la forma de hacerle sufrir como ella había sufrido por él… El momento del perdón, a pesar del tumulto que se había formado por la muerte de la matriarca en su boda, se produjo en la blanca mesa nupcial, sellándolo con un beso tierno… Como fondo las sirenas de las ambulancias…

… hicieron que él se levantara de la cama, cubierto de sudor. A su lado, plácidamente, y panza arriba, sin ningún tipo de complejos, dormía Zelda, su buldog francés. El despertador digital indicaba las 2:45 y no pudo resistir llamar a María. Que sí, que sabía que se acababa de ir, pero que tenía que hacerle una pregunta importante… Que no, qué porras te voy a pedir matrimonio, ni que estuviera loco… Cariño, déjame preguntarte… Sí, te he llama cariño, ¿qué pasa? Una fórmula amorosa para llamar a la persona querida, ¿no?… Que sí, que ya sé que estás de camino a casa… Vale, espero a que encuentres las llaves… ¿Por qué tienes un bolso tan grande si nunca encuentras las cosas?… Ya estás dentro… Vale, ya se me ha olvidado lo que te iba a preguntar… No, no cuelgues. Espera, ya… —Tú no tienes ninguna hermana gemela llamada Gloria, ¿no? Porque si la tienes, no quiero conocerla…

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