o era una noche cualquiera. Era la noche en la que todo iba a cambiar para todos.

Nos encontrábamos todos refugiados en un gran búnker. Éramos más de doscientas ochenta personas y todo estaba racionado, especialmente la comida y el agua.

Era un lugar frío y todos nos preguntábamos qué estaría pasando en el exterior. Don Roberto nos decía que lo que había fuera era peor que el mismo infierno. Él era un hombre fuerte, alto y de apariencia dura. Salía cada mes al exterior con una máscara y volvía diciendo que el oxígeno estaba muy contaminado.

Ya llevábamos allí dentro más de seis meses. Muchos creían que Don Roberto quería crear una especie de secta. Otros, que había caído una bomba, ya que se escuchaban constantes gritos de personas que gemían amargamente día y noche. Ya que él utilizaba la máscara para salir, otros tantos pensaban que era el fin del mundo y que habíamos sobrevivido. Los últimos hasta llegaron a pensar que solo había zombis y que éramos los únicos seres humanos vivos.

Yo, con quince años apenas, no quería quedarme sola en ese lugar sin saber qué pasaba realmente. Seguía un diario donde lo anotaba todo. Me decidí y les dije a mis amigos que saldría de allí.

—¿De dónde? —preguntaron.

—De este lugar, que me vuelve loca. Prefiero salir al infierno que volverme loca o morir aquí dentro, en este horrible lugar.

Y eso hice.

Aunque con gran dificultad, escapé.

Y salí.

Y lo vi.

El cielo había chamuscado a hombres y mujeres, secado la tierra, oscureciendo los mares y los océanos, vomitando todo lo podrido que contenían. Se produjo un gran terremoto. Había algunos seres que caminaban, animales deformados genéticamente, así como personas de apariencia humana con rostros que había sido desdibujados y rotos.

El gran sol se había vuelto oscuro durante el día y rojo durante la noche.

Todo el planeta se había convertido en una herida maligna y ponzoñosa. El oxígeno era denso y dañaba los pulmones. Empezó a caer lluvia ácida y hubo otro temblor.

Sintiéndome llena de angustia, creía estar en un sueño, propio de un esquizofrénico, o puede que en una horrible pesadilla, donde solo escucho el rechinar de mis propios dientes.

Me quedé inconsciente durante un tiempo que no supe medir.

Me despertó un olor nauseabundo que jamás había olido antes. Después del segundo temblor, las tumbas se abrieron, dejando salir sus cadáveres. No era capaz de caminar sin pisar a algún difunto. Me quedé parada allí, en medio de eso, de aquello que no tiene nombre.

No sé lo que es, ni cómo empezó. ¿Es acaso el fin del mundo? ¿Soy yo la única superviviente? De repente, las lágrimas recorren mi rostro, mientras espero a morir… O a continuar viviendo.

Solo sé que todo había cambiado esa noche.