– Microrrelatos de Mar Lana Pradera
En defensa propia
Los personajes se reunieron a espaldas del escritor hartos de tramas tan sórdidas. No soportaban por más tiempo los desvaríos de una pluma atormentada. Cada noche eran inducidos a desarrollar rasgos psicóticos y comportamientos maníacos que alteraban sus conductas.
Durante los últimos meses los asesinatos se sucedían con más frecuencia y la falta de pistas desconcertaba a la policía. Los sucesos salían en los diarios de la mañana y el autor disfrutaba de su lectura comprobando cómo su ensoñación se plasmaba en la realidad con todo detalle.
El odio empezó a enfrentar a los protagonistas hasta que se sintieron perdidos en la vorágine de la historia. Debían escapar de aquellas páginas antes de que el autor decidiese acabar con ellos.
No fue hasta pasados dos días cuando la policía encontró al novelista tendido sobre su manuscrito. En su ojo, una pluma clavada hasta el fondo. En la última cuartilla se leía el manifiesto rebelde que decretaba su muerte.
Paréntesis
Aquella tarde me senté en el sillón de orejas de mi padre. Parecía envolverme. Es posible que lo sintiera así por la necesidad del roce de un íntimo abrazo de quien sabía que ya no iba a regresar. En mis visitas nunca reparé en la cantidad de retratos que decoraban la casa. Quizás, hoy era el momento de hacer una pausa y revisar ese pasado vivido casi sin darme cuenta; adivinar si quedaba margen para perseguir algún sueño o si el futuro se encargaría de desbaratarlo. Resultó de vital importancia que contemplara aquellas caras sonrientes y felices, porque atenuaron mi melancolía. Algo más sosegada, me di cuenta de que cuando enmudecieran los recuerdos, siempre me hablarían las fotos.
– Microrrelatos de Covadonga González-Pola
¡Felicidades!
«Demasiados asientos vacíos para un vuelo low-cost», se dijo la azafata mientras se recolocaba el uniforme de tela acrílica y espantosos colores. “No lo entiendo. En la lista de pasajeros el vuelo aparecía completo. Y más siendo puente.”
Comprobó de nuevo el registro. Solo había entrado una persona. Extrañada, cerró la puerta de embarque, cruzó el túnel para entrar al avión y aseguró la puerta tras de sí. Al girarse hacia el pasillo de la cabina de pasajeros, una sacudida de terror la invadió. Conocía a aquel único viajero. Un hombre de su barrio. Siempre le había parecido extraño, excéntrico. Solía mirarla mucho cuando se cruzaban. Ahora, tenía la camisa blanca teñida de rojo casi por completo. Tras él, un brazo inerte y sangrante asomaba desde la cabina del piloto.
—Es un día especial y no quería que tuvieses que trabajar, mi amor. Así que reservé todos los asientos para nosotros. Tranquila, nadie nos molestará. Feliz cumpleaños
Bienvenidos a la ecoaldea
Al bajar del tren, la primera bocanada de aire me devuelve la vida. A mi lado, me miras, te ríes. Ésa es tu sonrisa de alegría, que dice que te alegras por mí.
Un enorme cartel en el que pone «ecoaldea» parece darnos la bienvenida. El suelo está lleno de arenilla, pero en las márgenes del camino puedo ver la hierba, fresca, verde, que crece de forma natural, sin que ningún jardinero explotado tenga que cuidarla y regarla para que quede bonita para los turistas. Es hierba de verdad y huele a campo de verdad. A savia, fotosíntesis, a semillas que fecundan la tierra. A flores de verdad. A la sal del agua de lluvia que ha quedado impregnada en las hojas de los árboles. Me giro sin soltarte de la mano, entro un poco en la pradera y miro al bosque, como si esperase ver duendes bailando, divirtiéndose.
Mi corazón está lleno de alegría. Tiras de mí, me señalas la casita donde vamos a vivir: es sencilla, pero preciosa. Y en la puerta está todo el pueblo, esperándonos. A ti ya te conocen, a mí no, pero a ambos nos dan la bienvenida.
—Ya te dije que no echarías de menos la ciudad.
***
Cuando la policía llegó para llevar a cabo el desahucio del pequeño apartamento, este estaba vacío. No quedaban muebles, ni efectos personales de quienquiera que hubiese vivido allí.
Lo único que habían dejado eran unas flores de plástico tiradas en el suelo de la entrada.
– Microrrelatos de José Paz
Al desmembrarla, se percató horrorizado de que el identificativo lunar… ¡estaba en el brazo izquierdo!»
En la cama, boca abajo, bajó su mano para acariciar a Toby. Qué suave. Gritó horrorizado al ver a Toby en la puerta y al alzar su nuevo muñón.
– Microrrelatos de Alfonso71
“Carta del asesino a la víctima”
Estimada víctima:
Me complace comunicarle que mañana a esta hora estará usted muerto.
Un servidor entró en su residencia a través de una puerta interior del garaje cuando usted salía.
¡Qué gran salón, qué chimenea!
Con el atizador podré machacarle la cabeza.
Al subir las escaleras observé un jacuzzi en su cuarto de baño; una buena forma de morir: mientras usted se relaja podría arrojar al agua el secador de pelo.
La alfombra persa cubre el pasillo con colores variopintos; sería una buena vista antes de tirarlo escaleras abajo. No me limpié los pies al entrar y le dejé una mancha.
Al final está su habitación. En su cama podrían dormir tres matrimonios… Qué pena que usted duerma solo. Pero no se preocupe, cuando duerma en la soledad le ahogaré con la almohada.
Sin ánimo de ofenderle, y agradeciendo su lectura, que pase usted un buen día.
“Carta de la víctima al asesino”
Estimado asesino: me complace comunicarle que sigo vivo.
Respecto a la chimenea, el atizador solo es un adorno de carbón adosado a un calentador de gas. Mis negocios no me dan tiempo para alimentar su fuego.
En cuanto al jacuzzi, el secador de pelo usa baterías de bajo voltaje.
Y la alfombra persa… estoy de acuerdo con usted en su incalculable valor. No debió fijarse en el charco de aceite que dejé aposta en la entrada del garaje. Precisaba de su huella para el recuerdo, por las molestias causadas.
Al final deduje que lo intentaría en mi habitación. Cuando entró en ella se encontró con una novedad; llevo tres meses saliendo con la teniente de la brigada de homicidios de la comisaría de Boston.
Observé con gran agrado cómo sus ojos se le salieron de las órbitas cuando la teniente, revolver en mano, salió de un habitáculo secreto que usted jamás encontraría. También me agradó la impotencia en su mirada cuando los grilletes metálicos se cerraron sobre sus muñecas.
Esté donde esté ahora, agradeciendo su lectura, reciba un cordial saludo y que pase un buen día.
“Carta de fiscal al asesino”
Estimado asesino, me complace comunicarle la sentencia a muerte en la cámara de gas.
Lo de las huellas en la alfombra, es incomprensible que un profesional con tantos homicidios a bordo tuviese tal despiste. ¡Tantos años esquivando a la policía!, no entiendo cómo pudo acabar de esa forma tan chapucera.
Esté donde esté ahora, si es que todavía está, y agradeciendo su lectura, reciba un cordial saludo y que pase un buen día.
PD: Qué ironía, tengo justo encima de mi escritorio el periódico con el que me puse en contacto con usted.
The Washington Post
Fiscal del estado busca asesino profesional para acabar con la vida de Alfred-popularmente conocido por su imperio inmobiliario- y por la prensa del corazón cuando empezó a salir con mi ex-mujer.
– Microrrelatos de Daniel G. Domínguez
Miguel
Era la décima vez que encontraba a aquel anciano en el mismo pasillo durante su turno, pero esta vez se percató de que su puño, fuertemente cerrado, guardaba con recelo un papel arrugado.
—Buenos días, ¿puedo ayudarle?
El hombre tendió la mano, dejando caer el papel al suelo…
—No gracias, solo voy a visitar a mi hijo.
El vigilante recogió el papel abandonado y leyó: «Me llamo Miguel, tengo Alzheimer y a veces olvido que mi hijo ha muerto. Llame, por favor, al 627139215». Una lágrima asomó en el rostro de David.
—Acompáñeme por favor, yo le llevaré…
Pasión
Al principio todo fueron dificultades. Fuimos conociéndonos el uno al otro, hasta hoy en día en nuestra intimidad, formar un único ser, fundiéndonos en una limpia melodía, formando una tempestad de sentimientos, de emociones. No puedo dejar de pensar en sus curvas, cómo desde el silencio me llaman, me gritan, piden ser acariciadas, poseídas. La atracción cada vez es más fuerte, la llamada cada vez más nítida. Vuelve a incitarme otra vez, mientras camino hacia ella admirándola. Acaricio levemente el arco, elevo su cuerpo pegándolo junto al mío. En unos segundos, la melodía invade el silencio de la habitación.
-Microrrelato de José Delgado Villalba
Sola
Sentir miedo es natural. La amenaza de lo desconocido nubla las percepciones y atribuye al objeto de temor más atributos de temor de los que realmente posee. Tener pánico es inusual, pues es necesario un hecho de tremenda importancia y magnitud para llegar a tal extremo, por lo tanto, impensable. Aterrorizarse es aún más inédito, ya que se llega al punto en el que se pierde la claridad de pensamiento y solo existe la idea de sobrevivir.
Qué triste me resulta sentir alguna de estas emociones, o todas ellas, por mi pareja. Notar cómo el amor del que antaño disfruté se ha convertido en su némesis, su cara opuesta, el más puro e intenso desprecio acompañado por una oscura a la par que humillante razón de miedo. Quiero llorar, pero ni todas las lágrimas del mundo bastarían para ayudarme a sobreponerme de la infinita pena que atormenta mi alma.
Le oigo subir por la escalera. Tropieza y maldice. De nuevo, está borracho. La cuchilla se desliza se desliza sobre mis muñecas, tocadas de un rastro carmesí. Nunca más, amor mío. Nunca más.
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