Imagina, querido lector, un mundo sin transporte público, donde no pudieras coger el autobús para ir a trab… No, espera, tampoco tienes un trabajo al que ir porque vives en una economía hundida.
No hay agua corriente ni potable, está infectada con bacterias que pueden ser mortales para ti y tus hijos.
Casas destrozadas, sin materiales ni recursos para reconstruirlas. Duermes en el suelo, helado de frío y muerto de calor, esperando que los chacales no te devoren en esas horas.
La comida no te quita el hambre, porque apenas hay.
Lo que sí hay a tu alrededor es muerte, mucha muerte.
No son consecuencias de malas decisiones.
No es culpa de estos habitantes.
Se mueren.
Imagina ahora, querido lector, un mundo lleno de facilidades: grifos con agua siempre que quieras, chimeneas encendidas en invierno, camas mullidas y ventanas que atrapan el ruido.
Internet de alta velocidad, comida internacional y viajes de fin de semana a una casa diferente a la tuya.
Tus hijos tienen acceso a una educación de calidad. Sonríen, aprenden y se relacionan.
Pero te quejas del atasco, de madrugar, del agobio de la gran ciudad. Vámonos a vivir al campo. Montemos una quesería, orgánica, natural. Vuelta a las raíces de las generaciones anteriores.
Si desde Europa vemos una guerra en Ruanda, qué más da. Están muy lejos. No nos tocan.
Como si todos no fuésemos personas.
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