Un jueves cualquiera, de verano, de esos días en los que parece que se ha abierto el infierno y ha dejado salir a los secuaces de Satanás. Son las seis de la tarde y se escuchan las chicharras a través de los trigales. El mar queda muy lejos, pero se intuye el sonido estridente de las gaviotas a lo lejos. No hay nubes, solo un sol abrasador que nos quema la piel a mí y a las tres personas que me han acompañado en esta travesía.
Así comienza la crónica del final de una vida, de muchas vidas en realidad, de cómo crecimos de repente y sin intención.
* * *
Me llevo dedicando a las fuerzas de seguridad del estado desde hace más de veinte años. Todavía me sigue molestando el tener que ir en uniforme y cómo las botas se clavan en cualquier terreno, como es la tierra amortiguada en la que me encuentro esta tarde. El sol me está haciendo sudar y las gafas de sol se me clavan en la nariz.
Hoy voy sin compañero, situación que podría considerarse ilegal. Vamos siempre en parejas por si hubiese algún incidente, alguien tendría que cubrirme las espaldas. Hoy estoy desprotegido. Me calo bien la gorra, aunque poco me protege en estas horas intempestivas.
Escucho moverse algo o alguien entre las plantas. Me doy la vuelta rápidamente, pero no veo a nadie. Sigo avanzando con cautela hacia los trigales, que están estáticos por la falta absoluta de brisa. Cojo con fuerza mi arma reglamentaria y la saco despacio, intentando no hacer ningún ruido, para no ahuyentar aquello que sea que voy buscando.
Sorprendo a los altos tallos y los aparto con brusquedad. No veo a nadie. Miro hacia el suelo y veo un perro de caza, posiblemente abandonado, aunque sin heridas a simple vista. Intento acariciarlo, pero se pierde entre otros campos que se encuentran a mi izquierda.
De repente, un olor fuerte me abruma. No tiene nada que ver con el salitre, que a veces hace llegar oleadas de un perfume rancio y mohoso, como el de los cascos de un barco, sino que parece humano. No consigo localizarlo y lo doy por perdido tras unos minutos de búsqueda, como si de un sabueso me tratara.
Intento buscar algo de sombra bajo un árbol cercano y guardo la pistola con cuidado, asegurándome de cerrar la funda protectora. Me quito el chaleco y las protecciones, y me siento en el suelo, abriendo la mochila que cargo a la espalda y sacando algo para picar.
Cierro los ojos mientras disfruto del sabor salado de mis pistachos y apoyo la espalda en el suelo caliente, quedando cautivado por las hojas que se mueven a mi alrededor.
Hasta que escucho un balazo. Distingo el cañón que ha disparado este tiro. Es una escopeta de caza, muy utilizada en los cotos y para la que hace falta un permiso de armas. Me levanto corriendo, me vuelvo a poner todo el equipo y salgo corriendo hasta la otra punta del campo, donde veo una pequeña humareda que sale de una de las zonas más cercanas a mí.
El impacto de los perdigones ha causado un pequeño fuego en el trigal. Y el suave color amarillo ahora tiene salpicaduras de sangre brillante. Piso con fuerza las llamas que van creciendo, alimentadas por el pasto seco y observo con detenimiento el color rojo que ha alcanzado varias espigas de trigo. Voy buscando el origen de esta sangre, de a qué o a quién iba dirigida la furia de la escopeta.
Tumbado sobre el costado derecho, veo un cuerpo sin vida. Tampoco lleva ropa y va cubierto de extraños símbolos, que bien podrían pertenecer a un rito satánico. Lo curioso es que no distingo ninguna entrada o salida de bala, pero sí tiene marcas de haber estado atado, tanto en las muñecas como en los tobillos. Tiene una expresión perdida y parece que sigue sonriendo, aun después de muerto.
* * *
Voy tras las pisadas de un ser que no razona. A una voz suya, empiezo a correr. Tal es el miedo que le tengo. Sé que podría con él. Sin duda. Pero le soy muy fiel, aunque me pegue cuando no conseguimos las piezas para cubrir el día… Este es mi día a día, aunque la mayoría de las veces no recuerde lo que hice ayer…
Miro con cautela a mi compañero, esperando su señal. Apunta con la escopeta, pero está errante, disperso, incluso llegaría a decir, desorientado y muy nervioso. Es la primera vez que andamos por estos parajes. No sé el aire que le ha dado a mi compañero… Se me tensan los músculos y olisqueo. Huelo la muerte. Algún animal está cerca. Debo estar alerta. Giro la cabeza. Mi compañero se cala la gorra de caza y alza la escopeta. Sigue sin darme la señal. Vacila y aprieta el gatillo. Un disparo perdido. Me siento y espero. Vuelvo a girar la cabeza. Nada. Mi compañero sigue en la misma posición, aunque veo que un sudor frío recorre su frente y un escalofrío recorre su espalda. Me impaciento y expiro un pequeño gruñido. Un golpe seco, con la culata de la escopeta me hace callar. Mi compañero comienza a caminar lento, como un zombie, sin rumbo fijo. Me pongo en pie. Me giro porque he escuchado pasos detrás de nosotros. No estamos solos… Aunque en este paraje lleno de trigales sea difícil esconderse, mi olfato no me engaña. No me gusta lo que siento, Comienzo a ladrar sin saber por qué. Ladro. Tengo miedo. Ladro más fuerte. Terror. Aúllo como presagiando muerte…
Una bonita estampa, como de NationalGeographic, surge ante cazador y podenco. Una bandada de cientos, miles, incontables pájaros salen volando de los trigales y de los escasos árboles que pueblan el campo en el que se encuentran. La estampa se agranda gracias al cielo azul, limpio de nubes y los rayos de sol, que inciden sobre las aves, destelleando luces blanquecinas. El calor se hace insoportable y el cazador reanuda el paso al pensar que, gracias al inútil del perro, no conseguirá ninguna pieza hoy.
¡Qué le den!, piensa, espero que le dé una insolación y se quede seco. No logro conseguir que sea un buen perro de caza.
Le veo andar, cada vez más rápido. Incluso, ahora, corre. Me he quedado solo. Mi instinto me pide que me vaya a buscar un escondite y algo de beber. Ladro de nuevo. Aunque sé que mi compañero ya no va a volver en mi busca. Me siento sobre mis cuartos traseros, bajo las orejas y cierro los ojos, dejando sentir la escasa brisa y escucho cómo esta mueve suavemente los trigales. No quiero, no debo estar aquí. La muerte está cerca y algo podrido campa a sus anchas en el ambiente.
Me acerco a unos trigales, los más poblados y me acurruco entre ellos. No estoy seguro, pero al menos podré descansar un rato. Los altos tallos, ahora quietos por la falta de brisa, me protegen. Hasta que otro humano, siempre son ellos, con una intensa brusquedad, los aparta, dejándome al descubierto. Su desconcierto me asusta. Le miro y me mira. Poco ha durado mi descanso. Recobrando la serenidad de haberme encontrado a mí y no a un cadáver, intenta tocarme. No me dejo y huyo lanzando dentelladas al aire. Nadie, jamás me volverá a tener bajo su mando. Corro lo más rápido que puedo hacia los campos que hay más allá, deseoso de encontrar un río donde refrescar mi hocico y una sombra a la que rendirme y dormir.
No sé el tiempo que ha pasado desde mi encuentro con ese hombre uniformado. Alejado y sentado en una roca de la falda de la montaña, inmensa para mí, miro hacia atrás, el paisaje que he dejado tras de mí. A mi retina vuelven imágenes que se mezclan, sin sentido: un fuego entre los trigales, el sonido de un disparo que reconozco bien, ya que procede de la escopeta de mi antiguo dueño (y errante, como era su costumbre) y dos sombras. Una sobre la otra, semidesnudo y pintarrajeado uno, la otra vestida con ropas largas y oscuras, a pesar del calor. Un líquido recorre el escaso espacio que media entre ellos. Su mirada se clava en mí. Corro. Corro con más fuerza. La dejo atrás…
Ahora me siento tranquilo, sin que por mi columna recorra esa negra visión de antes. Me acomodo sobre mis cuartos traseros y dejo que el sol y la brisa que corre ahora en esta montaña me rodee y me tranquilice. He esquivado a la muerte, a la que he mirado de frente. Yo sí que he podido… La pobre sombra, tumbada e inerte, no puede decir lo mismo…
* * *
Tranquila. Tranquila. Tranquila, tranquila, tranquila.
Me ha visto el perro, pero el perro no cuenta. No puede hablar.
Camino apresurada, tropezando en el trigal, girando obsesivamente mi cabeza hacia atrás, temiendo que alguna de las personas que hoy merodeaban por aquí me escuche, o me vea, o yo que sé. Resbalo, mi vestido negro se engancha y se desgarra. Tan bonito que me había quedado, que parecía de una auténtica sacerdotisa oscura, y el desgraciado este me lo ha echado a perder con su sangre.
No sabía que se lo estaba tomando tan en serio. Menudo imbécil. ¿De verdad se tragó el cuento de la Hermandad de las Sombras y de la Invocación a Los Seres del Multiverso?
Madre mía, madre mía. ¿Y la mierda esa de desnudarse, y de los símbolos? Joder, solo era un juego. Una puñetera diversión. El próximo friki que me busque que por favor no esté tan flipado.
Mi corazón va a mil por hora, pero por fin alcanzo la carretera. La cruzo sin mirar, sin pensar en lo que estoy haciendo, todo se ha precipitado…y yo solo sé que tengo que huir, quemar mi vestido, mi precioso vestido de sacerdotisa, que ya no vale para nada, y deshacerme del puñal.
Ha sido divertido. Bueno, el final algo bestial pero… qué potente.
Llego al bosque, al lugar apropiado. Comienzo a escarbar en la tierra con violencia. Mis manos se llenan de arañazos, la sangre de las uñas rápido se tiñe con el color marrón del barro. Tengo que darme prisa.
Esas sirenas al fondo… ¿Serán por mí? Claro que son por mí. Río.
Nunca, ni en mis mejores sueños, podría haber imaginado esto. Este alboroto es cosa mía. La policía, el muerto. Yo soy la divina creadora de esta escena demencial. Me los imagino corriendo de aquí para allá, dando órdenes por móvil, tirándole fotos al cadáver, desplegando la cinta amarilla de seguridad.
GUARDIA CIVIL; NO CRUZAR.
Termino el agujero, meto el puñal y lo vuelvo a cubrir con tierra. Me pongo sobre el montón, y lo piso, que no se vea que nadie ha removido nada. ¿Traerán a los perros hasta aquí? No lo sé. Estoy alejada de la escena del crimen, pero no lo sé. No sé cómo funcionan estas cosas, lo mío son las series de terror, no policíacas.
La escena del crimen. Qué bien suena. Mí escena del crimen.
Yo solo quería asustarle un poco. Me lo inventé todo, la Hermandad, los Elegidos, la invocación… solo era parte de la historia. Mí historia. A la que se aferró el imbécil este como a un clavo ardiendo.
No lo vi venir. El tío era un friki solitario, necesitaba algo en lo que creer… y yo se lo di. Le di un mundo aterrador y fascinante. He sido como una dosis alta en sus venas.
Dioses, lo de hoy solo iba a ser un teatrillo. Pero cuando sacó el puñal, joder. Y el pájaro. No sé, no me parece bien matar a un pájaro, no está bien. ¿Qué ha hecho el animal? Además ¿cargarse a un pobre canario? ¿Cómo funcionaba la mente de este tío? Un gallo, un gato negro (que tampoco se lo habría permitido) pero, ¿un canario?
Tenía que hacer algo. Me parecía mucho más ético abrirle la garganta al perdedor este que no al pobre bicho.
Estoy a mil. Encendida. Histérica, asustada. Emocionada. Nunca había matado a nadie. Esto no estaba planeado. Pero me encanta, joder. La sangre. Dioses, LA SANGRE. Mejor que cualquier afrodisíaco de mierda.
Necesito a otro imbécil. Esto iba a ser solo una diversión puntual… pero si he llegado hasta aquí, tengo que llevarlo hasta las últimas consecuencias. Se me ha ocurrido cómo continuar con mi juego.
* * *
Mierda, todo es tan confuso… no sé cuánto tiempo ha pasado ya desde el inicio del rito. ¿No debería aparecer el Gran Señor Oscuro a estas alturas? Joder… Si hubiese sabido que una puñalada fuese a doler tanto me habría buscado otro modo, pero como para poner pegas a la sacerdotisa estaba, no se opuso en ningún momento a nada.
No ha sido como las otras, con chorradas góticas desfasadas, sacadas de la Biblia Satánica del farsante ese, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! El tal AntonLaVey… Menudo pringado, dedicó su vida por entero a los falsos dioses, sobre todo a ese mierda de Satanás, ¡ja! Ese ser, de haber existido, hubiera sido un mísero peón de Morgolut, Señor de Los Seres del Multiverso, del reino sumido en las Sombras, más allá del Velo… Me sorprendió su profesionalidad, incluso la túnica que llevaba elaborada con gran esmero, pero lo que me resultó extraño fue la cara que puso al ver los símbolos, elaborados con paciencia en aquella misma mañana, con el soldador de estaño. ¿Acaso no se los esperaba? ¿Cómo si no, iba a encontrar mi cuerpo en las tinieblas para ser utilizado, el Señor Oscuro? Supongo que fue el momento en el que se dio cuenta, de que aquel ritual, iba a ser llevado a cabo con todas sus consecuencias… No es fácil ser la mano ejecutora que trae el fin de toda tu especie.
Me siento completo. Me siento eternamente agradecido a aquella misteriosa mujer. Su mano: la llave que abriese la cerradura de la puerta que da al otro lado. Mi cuerpo: el vehículo en el que llegase Morgolut a través del portal. A pesar de mis ansias para que cogiese el puñal y siguiese adelante tras arrebatarle la inocencia al pájaro y ofrecerle mi cuerpo impío en retorno, no tardó ni vaciló en asestar el golpe mortal con el puñal en medio del plexo solar, en toda el alma. Tras hablarme de la Hermandad, de los Elegidos y de los Seres del Multiverso, no había sido nada fácil reunir toda la información de cómo proceder con la invocación… No tengo ni idea de cuantas noches he pasado sin dormir, hasta encontrar algo fiable entre los cientos de miles de foros sobre ocultismo que me pude encontrar en La Red. Pero todo estaba saliendo a pedir de boca, ella no era otra comentarista más que hablaba de juegos de rol o de mesa, o de literatura trasnochada o desfasada. No. Esto no era un juego. El fin de todo estaba próximo. Jodeos abusones, jodeos maltratadores, no recibiré ni un golpe más, el Señor Oscuro os los devolverá con creces, os aniquilará a todos y el planeta será suyo por entero. ¡Jódete humanidad! No merecéis otra cosa.
Pero si hay algo que no me esperaba para nada, es que el puto dolor siguiese después de que mi alma se escindiese de mi cuerpo, de que mi mente ya no lo gobernase. No puedo abrir los ojos, ni mover los brazos o piernas, no puedo ni siquiera borrar esa sonrisa que se me había quedado mientras todo se apagaba. ¿Qué leches? Ni aunque pudiese habría dejado de sonreír, ja, ja, ja, ja.
Pero este dolor… sigo sintiendo la puñalada aun habiendo abandonado el plano de los vivos. Fue buena idea la de atarme los pies y las manos, al fin y al cabo era un simple mortal, y mi primer instinto fue el de intentar evitar la daga y seguidamente, el salir corriendo hacia algún sitio.
Los sonidos de mi ahora antiguo mundo me llegan amortiguados, como si los escuchase debajo del agua. La oigo maldecir algo, sin llegar a entender las palabras que pronuncia. ¿Eso ha sido un disparo? Sí, eso parece. La oigo marcharse por el trigal. Pero… ¿qué hace? ¡Tenía un asiento en primera fila para el espectáculo que se avecina! ¿Y eso ha sido un ladrido? Estupendo… Un perro va a ser el primer testigo de La Llegada. ¡Oh, mierda! ¿Qué cojones es esto? ¡Mi brazo! ¡Duele mucho! ¡Siento muchísimo calor! ¿Me estoy quemando? ¡Joder! ¡¿Dónde está el Señor Oscuro cuando se le necesita?! Oh, dioses… parece que ya no quema, aunque el dolor no ha remitido. ¿Qué cojones estará pasando? Oigo una respiración agitada. ¿Será ella? No, no lo es… he escuchado una voz de hombre y creo haber entendido lo que decía… “Oh dios” han sido sus palabras. Ja, ja, ja, ja, no vas descaminado, tío, solo que está llegando el Dios que no te esperas.
Oigo un rugido atronador y cercano, claro, sin ninguna interferencia. ¡Oh, sí! ¡Ya ha llegado! ¡Veo el fulgor de tus ojos rojizos en la oscuridad, mi Señor! ¡DAD LA BIENVENIDA AL AMO DEL MUNDO, MÍSEROS MORTALES!
* * *
El Guardia Civil, aún sorprendido por el descubrimiento del supuesto cadáver, no daba crédito a lo que sus ojos veían. El cuerpo desnudo se incorporó, con una herida en el pecho en apariencia mortal y el brazo parcialmente quemado.
Le sonrió de una forma que le erizó cada vello de la nuca.
Le miró con unos ojos que nunca antes había visto en un ser humano.
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