Contenido, contenido, contenido. Comparte, tuitea, comenta, interactúa, dinamiza. Contenido, contenido, contenido. Venga, no me digáis que no sabéis de qué hablo. Estamos suscritos a millones de blogs, seguimos en Twitter y tenemos contactos en Facebook a los que llamamos amigos, pero que ni siquiera conocemos.
Planificamos nuestras publicaciones, organizamos nuestra vida en torno a todo lo que tiene que salir en las redes sociales.
¿No estáis hartos de tanta comunicación?
Yo soy blogger profesional. Suena muy guay, ¿verdad? A ver, mal no está, después de todo es una profesión molona, de esas que a la gente le parecen modernas, y que hace que piensen en ti como en una persona que siempre tiene buen aspecto, buenas ideas, barba de hipster y una bufanda nueva, pero que tiene que parecer usada, que todo lo hace con cuidado… pero se olvidan de otras tantas cosas. No escribo un solo blog super molón. Escribo uno de coches, otro de medioambiente, otro de actualidad política, uno sobre contadores de luz —sí, señores, no saben ustedes la cantidad de visitas y comentarios que reciben los contadores de luz—, otro de moda y estilo de vida, uno más sobre salud emocional —este suelo escribirlo mientras desayuno mi valeriana de todos los días—, y uno sobre deporte. En su día tuve un blog personal donde decía lo que pensaba. Ya no sé ni lo que pienso. Me he convertido en una máquina de crear contenido contra reloj.
También soy community manager. Comparto en ocho cuentas de Twitter diferentes contenido de forma, en teoría, estratégica, pero la verdad es que yo me siento más como si estuviese siendo vigilado bajo lupa, y tuviera que lanzar tweets con una especie de ametralladora, cuando no un camión.
Mi abuelo lo llamaba el terrorismo informativo. Yo solo puedo decir que estoy harto de tanta comunicación. Miro el teléfono por las mañanas y los grupos de Whatsapp parecen los créditos de una superproducción, de textos que suben y suben en la pantalla. Unas cuantas llamadas perdidas y una vibración en mi móvil cada vez que alguien hace algo en una de las seis cuentas de Facebook que gestiono. De Twitter mejor ni hablamos, que cualquier día voy a tener que llevarme el móvil al baño… no para chatear con mi novia, sino para compartir noticias de coches, de moda y estilo, de deporte, de salud emocional, de medioambiente, de actualidad política y… ah, sí, de contadores de luz. Voy a acabar tuiteando mientras duermo. Pero no lo olvidéis. Soy blogger, mi barba es larga, mi bufanda parece vieja y mi vida es mejor que la vuestra.
Se olvidan de que trabajo a todas horas, desde mi casa, de que mi dormitorio es también mi oficina, de que recibo Whatsapps de mis jefes a cualquier hora y llamadas los fines de semana. Que todos se atreven a cuestionar el contenido en lugar de confiar en mi saber hacer. Que con doscientas mil personas intentando hacer lo mismo que yo con empresas de todos estos sectores, ¿cómo es que están vendiendo tan poco? Se olvidan de que tengo que estar detrás de todos ellos para que me paguen por mi trabajo y se olvidan de que cobro una basura y que, además de eso, como soy autónomo, tengo que pagar por trabajar. Se olvidan de que no todo se piensa tan rápido, de que no es tan fácil crear, y de que yo soy solo un hombre —con barba y bufanda hipster— que no puede estar en todos los sitios virtuales a la vez, por muchas pestañas que abra en mi navegador «Nocilla», como me dijo una clienta el otro día. Me apeteció hacer un comentario en mi abandonado Twitter personal. Pero luego me acordé de la ley mordaza.
El caso es que últimamente he estado pensado. Os sorprenderá, pero lo hice un día en que en mi casa se cortó internet durante diez minutos por un asunto de mantenimiento de la línea telefónica.
He pensado que mi cabeza va a estallar. Que la batería del móvil ya no me dura nada de tanto que lo uso y que las letras del teclado se están borrando de tanto escribir chorradas que pasan un segundo por nuestras mentes para pasar a otra cosa. Que lo que escribo ya no es capaz de dejar huella en nadie. Que hay estudios que empiezan a insinuar que esta inmediatez está produciendo un desarrollo anormal del cerebro, en concreto de la parte en común que tenemos con los simios.
Pero, como la mayoría de la gente de este país, ni así me da para vivir decentemente. No me recorto la barba porque no tengo tiempo ni dinero para ir al barbero, mi ropa parece antigua porque no tengo ni tiempo ni dinero para comprar otra, mi bufanda es nueva porque me la regaló la dueña de la empresa para la que escribo el blog de moda y estilo de vida, y creo que en realidad es un fular para chica. No tengo tiempo para hacer la compra, ni para limpiar la casa. Una pelusa enorme crece en el pasillo y la limpia mi compañero de piso. Supongo que nadie pensaba a estar alturas que vivía en un maravilloso ático estilo loft en el centro de la capital sólo para mí, ¿verdad?
En fin. Mi problema es que tengo un nuevo cliente. Me ha pedido que haga algo con mi blog personal. Él pondrá un anuncio abajo del todo, diciendo que lo patrocina. Me pagará por cada clic. Tiene que aparecer mi foto en una pestaña aparte y que diga que trabajo con ellos. Y poco más. Eso sí: de mí depende que sea rentable.
Sería mi noveno blog. Adiós a dormir seis horas. Adiós a tener un rato para hacer la compra. O puede ser lo que lo cambie todo. ¿Qué es lo que realmente querría ver una persona en un blog? ¿Qué es lo que necesitamos?
He llamado al tipo y le he dicho que sí… bueno, en realidad, eso fue hace ya un par de meses. He perdido la noción del tiempo. Ya no sé en qué día vivo. Y esto es gracias a que he podido dejar todos los demás proyectos. Me he afeitado la barba, he renovado mi vestuario, mi casa está impecable y puede que en algún momento me pueda mudar a un pequeño piso con una habitacioncita a modo de despacho. Ya no tuiteo cuando voy a cagar. En realidad, ni siquiera necesito compartir en redes o dinamizar mi página. Ya no tomo valeriana. Estoy muy relajado, tranquilo y satisfecho. Supongo, que, a pesar de todo, he de agradecer a todo el sufrimiento pasado el haber llegado hasta aquí.
Seguro que estáis deseando saber por qué he tenido tanto éxito. ¿Qué puede ser tan interesante y necesario? Muy sencillo. Más tarde os dejaré la dirección de mi blog para que lo veáis.
Subo contenido cada día. Solo dura un minuto. Nada más que eso. Pero la gente lo reproduce una y otra vez.
Cada día subo un vídeo, de un solo minuto, de una habitación donde la luz es tan tenue que ni siquiera se distinguen bien el lugar escogido. Esta estancia se encuentra sumida en un silencio absoluto, profundo y denso.
La gente ya no necesita tanto contenido. Lo único que necesita es un minuto de descanso.
Pero ya lo dijo Hemingway: Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.
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