¡UN AUTOBÚS!
Ya pasó. Qué mala experiencia. Podría haberme matado en un giro brusco. Menos mal que lo estoy mirando desde un sitio seguro, desde mi cómodo y calentito puesto de vigilancia.
Parece que es la hora de desayunar. Voy a estirarme. Más. Más. BRRRRRR. Así. Mucho mejor.
Salto del baúl (así lo llamáis vosotros, que lo tenéis lleno de cosas. Para mí, es un puesto de vigilancia). Salgo de esta habitación, las baldosas están fresquitas debajo de mis almohadillas.
No hay gatos en la costa.
Camino tranquilo hasta mi cuenco. Croquetas. ¡Qué perdición!
Lo pasé mal al principio, porque esta comida es de dieta (el humano de bata blanca me llamó rechoncho, pero en casa la humana me dijo que era mentira) y no estaba acostumbrado al sabor.
A veces el humano alfa me da atún. Ambrosía, droga. El sabor de los dioses.
***
¿Qué es eso? Debo haberme quedado dormido durante mi vigilancia.
¡ES AGUA! Voy corriendo, tan rápido como me permiten mis patas, hasta una puerta cerrada. Golpeo y maúllo con fuerza hasta que el humano me abre. Debo protegerlo, es mi responsabilidad. De otra manera, moriré de hambre. Aún no soy capaz de abrir por mí mismo ese armario lleno de comida.
Maldita ducha, malditos humanos controladores de mi ser superior.
¿Qué es eso? Debo salir. Menos mal que se dejó la puerta abierta, sin desafiarme.
La terraza está abierta.
Voy a ir a vigilar un poco más, nunca sé si puede venir un autobús. O lo que es peor, una ambulancia. O los bomberos. ¡MALDITOS HUMANOS!
***
Una manta calentita encima del sofá. ¿Qué es esto? Yo estaba claramente vigilando la calle en busca de un ataque enemigo.
Los humanos han debido moverme, como si yo fuese un mero objeto. Qué vergüenza, tratarme a mí así, adorado durante siglos por la humanidad…
Aunque es cierto que no se está mal aquí, donde puedo estirar mis patas. He debido quedarme dormido otra vez, esas sesiones de terapia no valen para nada. ¡Maldita doctora Kitty…!
Qué sed. Voy a atacar el instrumento que echa agua. Está fresquita.
¿Qué estoy pisando? Es brillante y metálico, puedo ver mi reflejo. Qué ojos tan bonitos tienes, minino.
Ahí arriba hay un plátano, en ese bol grande, pero yo solo no puedo pelarlo.
Tendré que esperar a los humanos para que me asistan en esta ardua tarea.
Mientras, voy a tumbarme aquí, que sigue oliendo a café. A veces, la humana me deja oler ese bote y me gusta, me calienta los bigotes.
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