Muchas fueron las horas de caminata bajo aquel lúgubre y frío cielo estrellado. La selva era una bestia que dormitaba en mitad de la noche. Parecía que en cualquier momento se cerraría sobre su víctima como un guante de cuero, dispuesto a arrebatarle el alma al necio que osaba atravesar sus caminos. Sí, cualquier otro temblaría de miedo en mitad de aquella noche depredadora.
Cualquier otro…
Pues El Fantasma Oscuro conocía muy bien aquel sentimiento. Para él, el miedo no se trataba de una sensación que le embargaba. Claro, la había sentido alguna vez en el pasado, cuando era otra de esas muchas víctimas de la injusticia más extrema, pero ahora era el luchador definitivo, un soldado dispuesto a ir más allá de sus limites. El miedo no era ya más que un arma para la cruzada a la que se había encomendado, su arma. Su sombrero de fieltro y capa le ayudaban a formar parte de las sombras, no había ruido alguno exceptuando sus jadeos. La noche parecía tranquila, demasiado tranquila…
De pronto, varias figuras difusas aparecieron ante él: ¡eran Ninjas! ¡Guerreros de las Sombras!
Un grupo de combatientes de la oscuridad, para enfrentarse contra un campeón de la oscuridad. La ironía le habría hecho reír si no tuviera tanta prisa. Pues fijándose bien, por fin había encontrado aquello que tanto buscaba. Entre la multitud de guerreros, estaba ella: Samantha Blake, la hija del empresario petrolífero. Atada y amordazada, hacía todo lo posible para deshacerse del fuerte agarre de los sombríos asesinos, pero nada podía conseguir para lograrlo.
El primero de los ninja le señaló con un dedo, tenía una cicatriz cerca del ojo derecho.
—Soy Ak Cheng, lídel de la Liga de la Bluma Escalata. Este es telitorio plohíbido pala cualquiel extlanjelo. Dime, ¿qué es lo que buscas?
El Fantasma Oscuro sonrió. A pesar de que estaba rodeado, tenía un aire tranquilo.
—Entregadme a la chica y os prometo que seré breve. Dañadla, y os reservaré la más horrible de las muertes.
Ak Cheng carcajeó ante el comentario del justiciero, acercó un momento a la chica y, con un cuchillo, el pérfido asesino dio un pequeño corte en su mejilla. Con una sonrisa macabra, se giró en dirección al Fantasma.
—Has venido desde muy lejos pala molil, diablo blanco. ¡Matadle!
Uno de ellos saltó blandiendo una ninjatō en el aire. El filo del arma atravesó la capa del justiciero, pero cuando quiso alcanzar la carne, ya no estaba allí. El terror empezó a llenar los corazones de los guerreros, la noche ya no era su aliada. ¿De verdad creían que iban a lograr sorprender al Fantasma Oscuro? Era posible que ellos fueran Guerreros de las Sombras, pero El Fantasma, era la sombra misma.
El eco agrio de una risa tenebrosa llenó la inmensidad de la selva. Los Ninjas, otrora combatientes disciplinados, se reunieron entre ellos de forma desordenada. Algunos dejaban caer sus espadas, otros no sabían dónde mirar, ni si debían correr… Nada les había preparado para aquel momento.
—¡Muéstlate, diablo blanco! —gritó Ak Cheng. Su voz estaba cargada de un terror indecible—. ¡Lucha como un homble!
—Oh, pero es que no soy un hombre… ¡Os enfrentáis Al Fantasma Oscuro!
Otra carcajada diabólica rasgó el aire, la sangre de los guerreros se heló. Todos y cada uno de los pérfidos villanos comenzaron a temblar, rezaban por salvarse. Incluso en aquel territorio arcano, situado en la Contratierra, habían oído hablar entre murmullos supersticiosos, e historias de terror del hampa criminal, el relato de un alma vengadora cuya justicia era despiadada. Todos conocían la máxima: «¡Cuidado con El Fantasma Oscuro!»
Ak Cheng tragó saliva. Con la ninjatō temblando trémula entre sus manos, dijo:
—Hablemos, todavía podemos negocial…
—El tiempo de negociar se acabo. Ahora sólo queda… ¡Muerte!
—¡No puedes hablal en selio! ¿Si te entlegamos a la chica, podlemos malchalnos?
—Nunca dije tal cosa, os prometí que sería breve: una justicia rápida. Habéis cometido demasiados pecados para ser perdonados, de eso no os debe caber duda. Pero ahora, será peor: ¡imploraréis por la justicia anterior que os reservaba! Preparáos…
La reyerta estalló: el sonido de varios disparos, y el grito de uno de los Ninja caló en los huesos de sus compañeros. Todos se alzaron en guardia, saltando de un lado a otro, buscanco entre las sombras al paladín de aquella justicia oscura. Pero nada pudieron hacer para escapar. Dos Berettas eran más poderosas que todas las espadas del mundo. Cuando se le terminaron las balas, su entrenamiento con los monjes tibetanos fue suficiente para enfrentar su kung fu: patadas imparables, puñetazos poderosos, proyecciones mortales… Ninguno de los asesinos tenía lugar a donde escapar. Un toque, y sobrevenía una muerte horrible. No era inmediata, sino que convulsionaban en el suelo, sintiendo un terror indecible…
Sólo quedaron tres personas vivas en el terreno. Una mujer y dos hombres: todo parecía decidido.
—Ahora te toca a ti…
Ak Cheng tiró a un lado su ninjatō. El terror que hacía unos momentos le estaba llenando, quedó completamente olvidado. Extrajo un aparato de su bolsillo, su sonrisa pérfida se reflejaba a la luz de las estrellas.
—Todavía no he dicho mi última palabla, Fantasma —apretó con fuerza el botón del artefacto—. ¡Plepálate pala molil!
Entonces, sucedió:
Un rugido jurásico proveniente de más allá de la selva. Toda la Contratierra tembó, y debajo del terreno, surgió una bestia de más de veinte pies de alto: ¡un Cíbersaurio Rex!
El led rojizo de su ojo derecho fijó como objetivo a su presa, las mandíbulas de titanio entrechocaban hambrientas.
Pero El Fantasma Oscuro no se amilanó, recargó sus dos pistolas.
—Esto no durará más que unos minutos…
¿Conseguirá nuestro héroe sobrevivir a tan salvaje encuentro? ¿Logrará salvar a la joven Samantha Blake? ¿Pagará por sus crímenes el malvado Ak Cheng? ¡No os perdáis el siguiente episodio de El Fantasma Oscuro! «Lucha mortal en la Contratierra», segunda parte.
***
Adam Hamill, editor de la Weird Menace, no hacía más que mordisquear el puro. Frente a él aguardaba espectante su autor estrella, Robert Patrick.
—¿Qué le parece? —preguntó el escritor.
—Una basura, como siempre. Pero tiene algo… seguro que le encanta a los lectores.
—¿Entonces lo acepta?
—Sí y no. Antes quiero algunos cambios: en primer lugar, cambia al tiranosaurio cibernético por un dragón de tres cabezas. Este año están de moda los dragones.
—Vale, eso puedo hacerlo.
—Y una cosa más: añade un combate final contra el villano principal. Es más, haz que cuando suceda, se transforme en un gigantesco gorila de dos metros. A parte, elevemos un poco más la apuesta: que el resto de los ninjas se enfrenten también contra él…
Robert Patrick abrió los ojos como platos.
—¡Pero si ya están muertos! ¿Cómo voy a hacerlo?
—¿Y qué sé yo? ¡El escritor eres tú! Haz que el malo use magia o algo… ¡De hecho mejor! ¡Así tendremos un combate doble! ¡Ninjas-zombies y un gorila gigante! ¡Conseguiremos vender miles de números!
El escritor suspiró.
—Bueno, usted es el jefe…
—Y otra cosa, quiero los cambios para mañana a las 11:00, ni un segundo después. La revista saldrá por la tarde, y necesito tenerlo todo listo. Aquí tienes tus cuarenta dólares, y recuerda que aún tienes que preparar dos historias más con tus otros pseudónimos.
—No se preocupe, no lo he olvidado.
—Perfecto, ya puedes marcharte.
Antes de que se fuera, la vista de Robert Patrick se fijó en un periódico. La primera plana del Times tenía una foto que le atrajo de inmediato.
—Señor, ¿me permite ver un momento eso? —preguntó señalando el noticiario.
—Sírvete.
La imagen no le había traicionado: ¡un científico nazi amenazaba al mundo libre con detonar una bomba en mitad de la ciudad! ¡Y nadie parecía estar dipuesto a detenerlo!
—¿Qué sabe de esto, señor? —inquirió el escritor.
—Lo mismo que todos, supongo. A veces me da la sensación de que el mundo se ha vuelto loco. Nuestro presidente tendría que posicionarse de una vez. ¡Va siendo hora de que alguien vea el peligro que supone Alemania! ¡Ese tal Hitler va a destruir el mundo, te lo digo yo!
Sí, iba siendo hora…
—Señor, me gustaría pedirle que después de entregarle las historias, me diera vacaciones.
—¿Otra vez? ¡Ya te fuiste hace tres semanas a Latinoamérica!
—Y le traje este relato, ¿no lo recuerda? Creo que mi próximo destino podría ser Alemania… Tal vez incluso, dé pie para una nueva aventura del Fantasma Oscuro.
Adam Hamill sonrió, el muchacho sabía cómo hacer negocios.
—Más vale que lo que traigas después merezca la pena. No te dejes embelesar por las caritas sonrientes. Las alemanas son auténticos monumentos, pero pueden liar bien la cabeza de cualquier soltero.
Robert Patrick devolvió la sonrisa.
—No se preocupe, señor. Ya nos veremos.
Sí, era todo un papanatas, pero también un gran hallazgo. Se trataba de un tipo con muy buena mecanografía. Sus historias no eran especialmente buenas, sino simples fantasías adolescentes de baja calidad, pero hacía muchas y sabía llevarlas adelante. Y además, cobraba poco… ¿qué mejor forma de asegurar ganancias para una de las revistas más prestigiosas del medio?
Pero ese sólo era un lado de la realidad, pues no todos saben que el nombre de Robert Patrick no es más que una identidad secreta. Una que esconde la auténtica naturaleza de un ser sobrehumano. Cuidado pues, villanos… ¡Cuidado con El Espectro Negro!
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