Si tuviera a alguien a quien contar lo que estoy viviendo, lo que me está pasando en esta última noche, seguro que me tomaría por loco. No hay ninguna lógica que ate los acontecimientos (aunque en el fondo yo sé que sí, que sí hay lógica). Cuesta trabajo creerlo pero simplemente soy un periodista. Me encargaron seguir una leyenda urbana, aquella que indica que hay gente habitando el metro de Madrid. Que hay gente que ante los problemas de trabajo, de abastecimiento, ante la miseria, ha preferido ocultarse en el subsuelo.
El redactor jefe confió en mí; pensó que, como infiltrado en diferentes asuntos, sería perfecto para esta ocasión, así que dejó que me perdiese por los túneles. La batería del teléfono me duró poco, las cerillas también. De forma que me veo en absoluto silencio recorriendo los túneles, todos iguales unos a otros, monótonos, una repetición de caminos donde solo marcan diferencias las corrientes de viento.
El eco de mis pisadas es lo único que rompe la monotonía aquí abajo en la profundidad, y la oscuridad es total. Aunque los ojos se acostumbran parcialmente, de vez en cuando hay algún punto. Algo que me llama la atención, detalles que no distingo. Quién sabe, podrían ser insectos, podrían ser ratas, animales. Alguien, algo que se mueve.
En el momento menos pensado, recibo un golpe en el pecho. Otra persona, otra persona que hay dentro del metro, quiere quedarse con mis pertenencias. Pero pelearé. Nunca he sabido luchar, pero me defiendo como puedo. Es un empuje, otro, aguantar los golpes. La sangre concentrada en la sien.
Un empujón mal dado y veo cómo se queda tieso en el suelo. No le queda vida.
Pido por favor que no juzguéis lo que estoy haciendo, es cuestión de defensa. Debo asegurarme de que no vive. Con su propia navaja, arranco algo de su piel, mastico y mientras saboreo la carne humana, la sangre en mi paladar; me doy cuenta de que yo soy uno más de los que habita el metro.
Leave A Comment