Todo comenzó hace ahora exactamente un año. Puede que algún día, la policía acabe derribando mi puerta, y aunque desde hace tiempo les tengo guardada una pequeña sorpresita, de muy seguro acabarían reduciéndome… en el mejor de los escenarios.
Un año atrás fue cuando dije basta al abuso, al aprovechamiento de mi bondad por parte de algunos individuos, al confiar sin mirar en quién o cómo. Debería estar contento, agradecer a Raúl su ofensa, pero cada vez que recuerdo lo que hizo la ira me llena por completo, hace que sienta un calor abrasador que me envuelve la cabeza y el pecho, el corazón comience a latir a un ritmo frenético y que la adrenalina inyectada en grandes cantidades sobre mi torrente sanguíneo, provoque que llegue a ser capaz de hacer cualquier cosa, para mi sorpresa… También lo fue para él, sobre todo cuando atravesé su cabeza con la televisión de su salón.
Pero mejor, empecemos por el principio.
Hace trescientos sesenta y cinco días, Raúl, un colega que acababa de conocer en la Expocómic, acudió a mi casa para ver las exquisiteces que tenía en mi gran colección de cómics, de la que le hablé mientras hacíamos cola para que Brian Azzarello nos firmase unos ejemplares de The Dark Knight III. Por último, le enseñé la joya de la corona: un ejemplar de V de Vendetta, de Alan Moore, único en el mundo. Al parecer, la historia original tenía un final diferente, pero la editorial decidió cambiarlo en el último momento. El volumen con este final alternativo debería haber sido destruido, pero alguien la cagó y lo mezcló entre los miles que salieron a la luz, y este acabó en una estantería cualquiera, de una librería cualquiera. En un viaje que hice a Londres, no pude resistirme a comprar los diez comics books de V escritos en inglés, en una librería de barrio que tenía la pinta de tener más años que yo, y tuve la genial suerte de encontrarme con esta gran rareza. Busqué y busqué durante meses información de este otro final, y, sin embargo, no encontré nada, haciendo que lo que tenía en mis manos tuviese un valor incalculable.
Raúl se quedó sin palabras tras contarle esta historia, y me pidió que por favor le dejase disfrutar del último tomo —el diferente a los demás— en su casa a solas, para poder saborear cada palabra escrita y cada ilustración. Me costó lo mío y parte de lo de otro ceder ante tal petición, y por supuesto le recordé la importancia de lo que le prestaba, pero al final accedí. Supongo que buscaba desesperadamente un amigo, alguien con quien compartir mi amor, ya que muchas de las personas que conocía en los salones del cómic, o estaban por ahí para curiosear, o son meros amateurs, o no comparten mi nivel de conocimiento sobre la materia… Si a eso le añadimos que mi carácter es —o tal vez debería decir «era»— un poco introvertido, hace que sea el candidato perfecto para el premio a la soledad del año.
La cuestión es, que se lo dejé. Tras dejar pasar un par de meses, tiempo que consideré más que suficiente para que lo hubiese saboreado, le pedí que me lo trajese de vuelta… Las escusas que fue inventando resultaron cada vez menos creíbles, así que un buen día fui hasta su casa, escalé por la reja de la ventana que daba a al salón y conseguí meterme en el segundo piso, por una ventana semi-abierta. Iba a recuperar aquel cómic fuese como fuese…
En silencio fui habitación por habitación, buscando en cada rincón sin éxito, así que solo me quedó un lugar por registrar; el salón en el que estaba Raúl jugando a algún videojuego. Lo primero que me llamó la atención fue el equipo que tenía: una gran pantalla de unas 70 pulgadas con una definición que no había visto nunca, la última Play Station, y un home cinema de los no precisamente baratos… Recuerdo que aquello no estaba en mi última visita, justo antes de hacerle el préstamo.
Giró la cabeza para coger la bebida que tenía al lado y consiguió verme de soslayo…
—¡Joder!¡Menudo susto me has dado, tío! ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Y cómo cojones has entrado?
Mi cara en aquel momento no debió de ser de muy buen amigo…
—He venido a por el cómic.
—Ehhh, tranqui, tío… Verás, es que… no he podido rechazar la oferta… ¡Conseguí tres mil euros por él! Pero… ¡no dudes en venir a jugar a la play conmigo! Al fin y al cabo, es tanto tuya como mía, no sé si me he explicado bien…
—¿Qué has hecho qué? ¿Has vendido el cómic? —Mi vista comenzó a nublarse, mientras, apretaba los puños hasta clavarme las uñas en la palma de las manos.
—¡Relájate, colega! Qué cojones… Mira, tío, no eres el primero al que se lo hago, pero contigo estoy dispuesto a compartir el botín… Es fácil encontrar a gente en los salones de cómics que tiene este tipo de ejemplares más especiales… Ehmmm, contigo ha sido diferente, eres un tipo genial y no creas que he vendido enseguida a V, estuve mucho tiempo pensándomelo. Sé que puede sonarte raro, pero si te paras a pensar un poco, piensa en todos los cómics que podríamos comprar con lo que ganemos con los timos… Con tu conocimiento y mi astucia, ¡seremos imparables! —una sonrisa tímida, temblorosa, se dibujó en su rostro.
Sin pensarlo lo más mínimo, cogí el cenicero de hierro que había encima de la mesa y se lo lancé hacia la cabeza, con muy buena puntería, por cierto… Raúl cayó de espaldas al suelo llevándose las manos a dónde había recibido el impacto, con un grito apagado en su garganta. Pude ver que se encontraba mareado, en apariencia sin saber muy bien qué era lo que estaba pasando. Avancé rápido hasta su altura, no sé cómo levanté el enorme televisor por encima de mi cabeza, y lo estrellé contra él con toda la fuerza que conseguí reunir. A través de los circuitos, incluso del plástico, asomó el cráneo blanquecino con un toque sanguinolento, con un trozo de piel y cabello colgando hacia un lado, de una forma extraña y retorcida. Al fijarme un poco más de cerca, pude ver que el hueso se había resquebrajado, y algunos trozos pequeños, se habían perdido en el interior de su cabeza. Recuerdo que pensé que era una pena que hubiese sido tan rápido, se merecía una muerte mucho más lenta y dolorosa. Por supuesto, no me fui sin destrozar el resto del equipo que se había comprado vendiendo mi cómic…
Una vez ya relajado en mi casa, comprendí el alcance real de lo que acaba de hacer. Pasé dos meses encerrado, solo saliendo a trabajar y con mil ojos observando todo, esperando a que en cualquier momento apareciese un coche de policía y de él saliesen un par de agentes, a punta de pistola, para detenerme o matarme… Y sin embargo, no sucedió nada. Tal vez sea una mala persona, un sociópata hasta ahora latente que acababa de descubrir su potencial, pero consideré —y considero— que lo que hice fue justo; castigar al malhechor, al villano.
Mi ego se vio de repente satisfecho como nunca antes lo había hecho. Me sentía poderoso, fuerte, imparable. Entonces vino a mi cabeza otro cómic que hace unos años, presté a un compañero de universidad… Nunca me lo devolvió. En este caso no era un volumen tan especial, era un tomo con los cinco primeros números de The Walking Dead que acababa de salir al mercado. Tras meses insistiéndole que me los devolviese, ante los continuos supuestos olvidos, decidí comprarlo de nuevo. Pero ahora todo había cambiado, me había demostrado a mí mismo, que los villanos también pueden ser castigados por los héroes fuera del mundo de los cómics. Bartolomé iba a pagar muy cara su ofensa.
No tardé mucho en encontrarlo por las redes sociales… El muy inocente tenía su perfil completamente abierto, así que no fue complicado saber dónde vivía ahora, por dónde se movía y cuáles eran sus horarios. El momento perfecto llegó cuando publicó en su estado: «Viendo en casa una peli de tranqui sin compañía. Tengo todo el sofá y las palomitas para mí solo :D».
Era ahora o nunca.
Llegué en unos treinta minutos con las luces apagadas de mi coche y con el motor apenas en ralentí, haciendo el menor ruido posible para no llamar la atención de los vecinos. Abrí la puerta principal sin muchos problemas, gracias a un juego de ganzúas que compré por Internet, pagado con bitcoins para que la compra no fuese rastreable. Un par de meses de continuo entrenamiento fueron más que suficientes para que ninguna cerradura se me resistiese. Allí estaba, a oscuras, viendo la última película remasterizada de La matanza de Texas, sin saber que en los próximos minutos iba a pasar de ser un mero espectador, a sentir el terror en primera persona.
Diez años. Diez años completos habían pasado desde que le presté el cómic. En unos segundos vino a mi cabeza una maravillosa idea… A dedo por año, ese iba a ser el precio a pagar antes de morir.
Me coloqué justo detrás y levanté la gruesa linterna que portaba. Le asesté un fuerte golpe en la sien que le hizo caer inconsciente. Arrastre su cuerpo hasta una silla y me aseguré de que estuviese bien atado con las manos hacia delante, apoyadas en los reposabrazos. Quería que viese muy bien lo que estaba a punto de hacer. Cuando volví de la cocina con un gran cuchillo ya estaba despierto; al principio me miró extrañado, pero tardó poco en reconocerme. Intentó gritarme algo que sonaba a pregunta bajo la cinta americana que tenía pegada en su boca, y tras un momento de silencio, cayó en la cuenta de qué había ido a buscar… Desesperado señalaba con la cabeza hacia una estantería y cuando dirigí mi mirada hacia el lugar, mis ojos se encontraron con el tomo.
—Ya es tarde, querido amigo… volví a comprarlo de nuevo. ¿Te parece poco esperar diez años para que devolvieses lo que no es tuyo? Vas a acordarte de todos y cada uno de ellos…
Saqué el cuchillo que hasta ese momento tenía oculto en la espalda y lo acerqué al primero de los dedos.
—Este fue a por un huevo… —El corte fue preciso y rápido. La sangre no tardó en emanar a borbotones.
Uno a uno seguí con la canción que mi madre me cantaba de pequeño, parando a darle alguna que otra guantada para mantenerlo despierto, ya que cada dos por tres hacia amagos de caer inconsciente debido al intenso dolor. Una vez que los muñones estaban listos, le hice tragar treinta piezas de plata. No es que sea religioso, pero me gustó el simbolismo cuando de casualidad me encontré por Internet unas réplicas de las que supuestamente cobró Judas, y oye, me hizo gracia… A la número treinta, el nudo que se hizo en su garganta era tan grande que no tardó en asfixiarse, muriendo ahogado.
Salí de aquella casa mirándome las manos enfundadas en unos guantes negros, casi podía ver la energía que refulgía en ellas.
Con el tiempo fui elaborando una gran lista de préstamos de cómics que nunca me fueron devueltos, y poco a poco he ido localizando a los ladrones. A estas alturas hace ya tiempo que han caído todos, sin la más mínima consecuencia o represalia, así que decidí que tenía que llegar aún más lejos si cabe… En la Expocómic de este año, fui escuchando las historias de diversos individuos que también habían prestado ejemplares, que nunca más volvieron a ver. Grabé cada conversación, que colección o qué número habían dejado y cuál era el nombre de los villanos que se los habían quedado. Esta vez, al ser la ofensa hacia otros, consideré que había de hacerse algo más de justicia, recuperando los cómics y dejándolos de vuelta en la puerta de sus casas, en una caja o sobre anónimo…
Acababa de empezar una nueva era y yo era su impulsor. Una en la que los cómics jamás serían robados por seres sin escrúpulos ante la bondad de sus verdaderos dueños, sin ser ajusticiados, tarde o temprano.
Temblad, villanos…
Ha llegado un nuevo héroe a la ciudad.
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