Caminaba lentamente. Paso derecho, paso izquierdo. Uno, dos. Uno, dos. Uno y dos y saltito. Miraba al horizonte sin ningún objetivo en la retina. Paso derecho, paso izquierdo, saltito. Debía volver, pero no podía dejar de seguir caminando. «Volver a casa», repetía autómata para sí. Paso derecho, paso izquierdo… y saltito.
Las luces del coche lo cegaron por un instante. No recordaba dónde estaba. Había salido de casa aquella mañana y… y… No era capaz de recordar más. ¿Habría vuelto a beber? Sería un paso atrás y una deshonra para su grupo de alcohólicos anónimos… Pero no. Era imposible. Ni sentía jaquecas, ni la garganta le pedía agua insistente… Le dolía mucho el antebrazo. Le quemaba. Se miró y se horrorizó al ver que, sobre esa piel morena y depilada, había dos incisiones en forma de aspa. «¿Qué coño…?» Intentó tocarse la marca, pero un escalofrío recorrió su cuerpo al rozar, levemente, con la yema de su dedo índice aquella señal hecha ajena a su voluntad. Diez minutos después, una vez se les pasaron todas las pequeñas descargas que recorrían su cuerpo, se puso en pie y decidió seguir caminando… Pero algo se lo impedía… Paso derecho, paso izquier… ¡Joder, cómo me duele el brazo! Se volvió a mirar el antebrazo, el aspa se había convertido en una especie de esvástica, mucho más grande de lo que minutos atrás… Debían de ser los efectos del alcohol…
De la flamante limusina salió una mujer esbelta, ceñida en un vestido negro, con una cabellera morena que le llegaba a más de tres cuartos de la espalda y con unos ojos… ¡Qué ojos! De un color verde aguamarina intensos, profundos… Se dirigía decidida hacia mí, que me había puesto mis mejores galas: un traje negro, camisa blanca y corbata roja; mis gemelos de la suerte, pero, esta vez, solo los de la muñeca derecha… Supersticioso que es uno.
Fui dispuesto a darle dos besos, pero ella me sorprendió plantándome, delante de todos los asistentes al evento, un cálido e intenso beso en los labios. Evidentemente, todos los flashes captaron ese momento…
La sensación de que iba a perder el brazo se hacía fuerte en su mente. Además, que no se pudiera mover hacía más angustioso el momento. La esvástica seguía creciendo a lo largo de su brazo, ahora coloreándose y sombreándose. ¿¡Magia!? ¿¡Efectos del LSD?! No comprendía la situación. La parte derecha de su cuerpo estaba paralizada, aunque aún sentía cierto hormiguillo por las pantorrillas, lo que hacía que, dentro de la gravedad del caso, se tranquilizara… Apoyó la mano sobre la pared de ladrillos de la casa más cercana. Una asquerosa sensación viscosa se apoderó de su brazo y alertó al resto del cuerpo. Estaba siendo engullido por aquella pared… ¡De locos!
Se estaba agobiando. Mucho. Entre los paparachis que no dejaban de acosarle a base de preguntas y las chicas de la fiesta que, de repente, habían descubierto su presencia, no sabía dónde meterse… ¿Por qué Alba habría hecho eso? Tenía que hablar con ella cuanto antes… El problema era que, para llegar hasta ella, debía de sortear a todos los reporteros acreditados para aquella fiesta de presentación, a las fans que le habían surgido de repente y a aquellas personas «no humanos» que guardaban con celo la integridad de los actores de la obra… Hay que solucionar esto y que Alba me diga por qué me ha besado…
Sentía, aún, el roce de sus labios contra los suyos; su lengua juguetona enredándose con la suya; las palabras de cariño y lujuria que le dedicaba cuando se encontraron en la cama… Todo parecía tan lejano en el tiempo… y tan extraño ahora que, la parte del brazo hasta el codo había desaparecido, fagocitada, por una pared de ladrillo visto y por un graffiti que ponía «comeme la p…» No se encontraba lejos de casa. Tan sólo a unos cinco pasos derechos y otros seis izquierdos… La esvástica había cobrado vida (sí, más) y ya se apreciaba en tres dimensiones; mientras que a su lado, en aquella parcela de piel sin tintar, se perfilaba la efigie de un señor calvo y con bigote… Y él que no podía dejar de pensar en aquel húmedo beso de hace apenas una hora.
Tenía que planificar el asalto a Alba… ¿Pero cómo? Era imposible tal y como estaba protegida… Junto a ella, en su flanco derecho, uno de esos actoruchos de tres al cuarto que, por ser guapete y popular, se había convertido en el protagonista y galán de la obra… Delante de ella, mantenía una conversación, en apariencia interesante, con la actriz tonta y rubia (todo lo contrario a Alba, por supuesto) con una de esas risas forzadas… Por los restantes flancos, aquellos seres involutivos que servían de guardaespaldas… Eran seres extraños: de negro y con aquel vientre tan prominente que pareciera que ocultaran algo… «Hay que intentarlo, ¿no?». Y con un valor inusual en mí, me dirigí a aquellos monstruos para salvar a aquellos labios que me habían besado tan apasionadamente…
Seguía siendo absorbido por la puta pared… Pero ¡qué coño era esto! En mi brazo derecho se me estaba creando una obra neonazi, sin mi consentimiento, claro… Pero neonazi a todas luces… ¡Que ya tenía hasta el hombro parte de las últimas palabras de Hitler a Eva Braun… Y por otro lado… bueno… aquel grafitti iba a cumplir su cometido y comerme toda mi anatomía, no solo aquella parte baja… Intenté calmarme y pensar con claridad. No había ni un alma por la calle a esas horas. Lógico y normal a las tres de la madrugada. Debía de haber algo que frenara este proceso kafkiano… Me puse a recordar todo lo que había hecho en el día: me levanté, salí de casa y… y… ¡Nada! ¡qué no había forma!
Con pasos tímidos y seguros (soy un hombre de contrastes) me acerqué al grupo elitista de actores, donde estaba mi Alba. Las antenas de uno de los guardaespaldas se pusieron en funcionamiento y, saliéndose del cerco de seguridad que habían creado en torno a los actores, se adelantó hacia mí, cortándome el paso. Se me quedó mirando largo rato, se tocó su mentón poblado por aquella barba rala y de color confuso y, creo, me dijo con tono enfadado: «¿Qué haces aquí?». Y digo que creo, porque no terminé de entender bien en qué dialecto hablaba o si es que yo hablaba su idioma. Lo único que sé es que se le movían los labios y pronunciaba sonidos guturales. Que fueran guturales y no labiales me confirmó que el ser estaba molesto por mi presencia… «Necesito hablar con Alba», dije con firmeza. Una de esas firmezas que me harían mojar la cama. «¿Grrgu grugg? ¿Grrrrrdu?» me preguntó aquel ser. «Sí, Alba», respondí reinterpretando sus gruñidos. Bizqueó, levantó la ceja izquierda, luego la derecha y fue a consultarlo con el mayor de todos esos guardaespaldas. «Debe de ser el jefe» intuí.
La situación era critica, agónica, desesperada. La pared me comía poco a poco, me absorbía lentamente. Ya tenía el brazo derecho y el hombro en otra dimensión… aunque pensándolo bien, tras la pared debería vivir alguien. ¡Eso es! Gritaré lo más fuerte que pueda, para no asustar a esos ingenuos moradores… No vayan a creer que soy un ladrón… o peor un fantasma-ladrón, por eso de atravesar paredes. Me puse a gritar como si estuviere poseído. Así durante diez minutos, sin respuesta, hasta que una cascada de agua con lejía cayó sobre la parte que quedaba en este mundo. «¡Cállate ya, borracho!», me exhortaba un señor en pijama desde un tercer piso. «Vete a dormir la mona a tu casa. ¡Que esto es un barrio decente!». Suspiré. Nadie me comprendía. Apoyé mi cabeza contra la pared. Total, voy a desaparecer de todas formas… Pero algo que no esperaba ocurrió: empezaban a volver a mí los recuerdos… ¡Ah! Y como esperaba, no pude despegar la cabeza del grafitti…
—¿Gurb? ¿Quién es Gurb? —repetía insistentemente— Yo hablar Alba. ¿Tú entender mí? —Lo poco que me había enseñado mi maestro en la escuela, lo estaba dilapidando, tirando por el desagüe. Pobre el profesor Cefe…
—¡GURB! —Mi interlocutor empezaba a cabrearse. De tal modo que, con un giro de 180 grados a su cuello, llamó, para mi incomprensión a Alba… En mi embotado pensamiento empezaba a gestarse la ecuación Alba=Gurb… Era cuestión de despejar la incógnita…
Ahora recordaba cómo, después de salir de la clase de aquagym que me habían regalado mis compañeros de terapia por llevar seis meses sin probar una gota de alcohol, me llamó Alba, para que le acompañara a una fiesta de presentación o no sé qué… «Pensaba que irías con tu noviete» recuerdo que le espeté celoso. «No está en España. Está grabando una de sus escenas en Budapest», respondió ella más sumisa de lo normal. «Es lo que tiene ser actor porno… Se viaja mucho», pensé al colgar el teléfono, porque ya le había dicho que sí iría con ella. Uno que es fácil de liar… Me dirigí a mi pequeño piso de soltero que pagaban mis padres y me puse a buscar atuendos acordes con la envergadura del evento. Hallé un traje, de esos pasados de moda, que me había hecho comprar mi ex… «Pa un apaño, me sirve…» Me puse a mirar el paisaje urbano por la ventana. Cuando me entran ganas irrefrenables de beber, hago eso. Algo no marchaba bien y lo notaba en el ambiente. Los arboles parecían mustios y alguno, incluso, a punto de morir… «El aquagym, que me ha dejado baldao…» me consolé y fui a dormir un rato al sofá.
Imágenes perturbadoras me acosaron durante todo el sueño…
—Despertarás en tres, dos, uno… —Una voz sinuosa, sibilante, sigilosa me atraía del sueño a la realidad— Cuando me oigas terminar la cuenta atrás, tres, dos uno, abrirás los ojos —Que sí. Que ya me he enterado. Qué interesante se pone el gilipollas este, siempre que llegamos a este momento de la sesión. Tras tres meses de hipnosis y veintiuna sesiones a cojón de mico (más me hubiera valido habérmelo gastado todo en vodkas y ginebras) no habíamos avanzado nada en mis problemas con el alcohol, con mis inseguridades sociales, y no digamos con las mujeres, y mis miedos infantiles a los lagartos… —Despierta en tres… —No quiero, no quiero despertar… —Dos…— ¿Y si no le hago caso por una vez y me quedo con los ojos cerrados? ¿Me quedaré en el limbo? —Uno, despierta…
—¡Nooooooooooo! — Demasiado tarde. Abrí los ojos, impulsado por esa voz tan sensual de mi interlocutor. Miré a mi alrededor casi sin sorpresa, aunque había algo extraño. Mi psicoterapeuta argentino sonreía. Sonreía con una de esas sonrisas medio malévolas, medio satisfactorias; una mueca en su rostro alargado y cetrino que no se correspondía con la calidez que transmitía su voz; mueca que casi me daba miedo, por lo que me vendría encima.
—¿Qué tal el sueño? Hoy me has dado mucha más información que en otras sesiones… —Se peinaba su ralo pelo rubio con la capucha de su bolígrafo. Después anotaba algo en el block de notas. Me miraba. Volvía anotar. Y me volvía a mirar. Cierra el block. Me mira y me sonríe— Todo lo que has soñado hoy lo has materializado en palabras. Me lo has ido contando todo…
—¿En serio? —Seguía sin creerme que este señor me dijese algo distinto a “Tal vez la semana que viene te venga la inspiración…”. Estaba incrédulo y temeroso de lo que me fuera a decir…
—Sí, en serio. Todo lo que me has contado tiene una significación, una simbología en los sueños. Freud ya hablaba de… —Bla, bla, bla, bla… El mismo rollo freudiano de siempre. Estaba harto de que todos los psicoterapeutas, argentinos o no, terminaran haciendo referencia a mi onanismo…— En resumen, todos tus sueños tienen un significado especial. Veamos —Abre de nuevo su block de notas y me empieza a relatar…
Salgo de la consulta con un papel de alta en la mano. El psicoterapeuta argentino dice que ya estoy sano mentalmente, que ya no puede hacer más, porque ya, por fin, he verbalizado mis sueños… Me dice que contar los pasos en sueños significa que en la vida real soy muy obsesivo y controlador, que todo lo que se me escapa de las manos, me desestabiliza. Tampoco termino de entender cómo el hecho de ser engullido por una pared quiera simbolizar mi falta de afectos e inquietudes para afrontar los problemas, que me dejo llevar y los problema me terminan arrastrando; que Alba aparezca siempre en mis sueños simbolice mi amor hacia ella, es lógico, pero que los seres que la rodean, aparte de los impedimentos mentales que yo me impongo para no afrontar mi enamoramiento loco hacia ella, simbolice mi frustración sexual y mi edipismo (ya podría haber dicho priapismo…) es raro; que mi alcoholismo en los sueños también es una barrera que yo me impongo para no relacionarme con la gente que me rodea y así aislarme rozando el autismo social…
Aferro con fuerza la nota que me indica que, a pesar de todo eso que me ha dicho el psiquiatra, estoy sano mentalmente. Aunque mi vida sea un poco desastre, sea un marginado social, tenga el carácter de una ameba y viva dentro de sueños… soy feliz…
—Y al menos sigo vivo —sentencio en voz alta, casi gritando—, no como Alba…
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