Todo empezó con un, en aparecía, inofensivo libro. Su título era: «Cómo hacer la declaración de la Renta 2012 para dummies«. Sí, ya sé lo que estáis pensando; que si es muy fácil hacerla, que sólo es pedir el borrador y comprobar si está correcto, etc… Pues ¿qué queréis que os diga?, a mí los impuestos me dan mucho, pero que mucho miedo. Entre eso y que siempre fui de letras… Total, la cuestión es que cuando hice una búsqueda en el navegador de Internet para intentar conseguir ayuda, salió como primer resultado el maravilloso libro. La presentación de la Renta fue todo un éxito, ¡conseguí que me devolviesen 23.13 euros! «¿Sacarán todos los años una nueva edición para cada declaración?», recuerdo que pensé en cuanto tuve el libro entre mis manos… Qué inocente era entonces. No pude imaginar, ni siquiera de cerca, todo lo que me esperaba por delante. Si hubiese sabido por aquel entonces el futuro que me iba a abrir aquel maldito ejemplar, mi actual presente, hubiera dejado que el jodido estado me robase hasta el último céntimo…
Debido al resultado de la lectura de mi primer libro para dummies, podéis llegar a imaginar qué es lo que sucedió a continuación… Me hice completamente adicto a los libros para dummies. Era un yonki, un dummieyonki, tontolaba, Imbécil… No pasaba un solo día en el que no cayese un par de libros del estilo, para alegría de la editorial que tenía los derechos y para pena de mi cuenta bancaria. Seguro que estáis pensando que esos libros no deben ser muy caros. No, no lo son, pero… ¿sabéis cuántos libros para dummies existen en el mercado? Os invito a que hagáis una búsqueda en vuestro navegador. Y para colmo soy un mileurista más de este país —¡Demos gracias al bipartidismo! Alabado sea… —, así que cualquier gasto que se salga del alquiler del piso, de llenar la nevera, pagar los impuestos, la gasolina o el transporte y las facturas varias, supone un grave deterioro del poder adquisitivo individual.
Pedí un préstamo a Cofidis para seguir comprando más libros. Llamadme como queráis, merezco todos y cada uno de vuestros insultos.
La cuestión es que me fui haciendo un experto en diferentes temas gracias a aquellos libros; primero en inglés, después en gramática inglesa, para más tarde pasar a las matemáticas aplicadas. Mi mente no daba crédito ante tal fuente de sabiduría al alcance de cualquiera… Enseguida supe que estaba destinado a grandes hazañas, solo tenía que seguir leyendo aquellos libros «for dummies«. Todos los que existiesen en el mundo…
El bombazo llegó cuando adquirí el ejemplar de «Bolsa para dummies«. Mi sueldo mileurista pasó a ser diezmileurista, solo con pasar unas tres horas al día, de lunes a viernes, comprando y vendiendo acciones. Por supuesto dejé mi trabajo de mierda, ya no me hacía falta, y para colmo tendría muchísimo más tiempo para ampliar mis conocimientos con más y más libros. Economía para dummies, Francés para dummies, Chino para dummies, Ruso para dummies, Catalán para dummies, Coaching para dummies, Bricolaje para dummies, Historia del arte para dummies, Física para dummies, Arquitectura para dummies, Biología para dummies, Cómo funciona tu cerebro para dummies… A estas alturas hablo veinte lenguas diferentes, tengo amplios conocimientos en física, matemáticas, química, economía, informática, conozco todas las diferentes culturas y religiones del mundo, soy maestro en Reiki, yoga y quiromasaje… Mi saber no tiene límite: lo mismo puedo cocinarte el mejor plato de comida que hayas probado nunca, que lo mismo puedo desarrollarte la fórmula para la cura del resfriado común.
En un año lo había leído todo, absolutamente todos los libros para dummies, o al menos aquello es lo que pensaba por aquel entonces… Un buen día, curioseando por la Deepweb —ya sabéis, ese Internet oculto al que no se puede acceder desde Google y que en su mayoría está compuesto por actividades delictivas, que por cierto, aprendí a acceder a ella gracias a «Cómo ser un hacker para dummies«, un libro clandestino difícil de encontrar en la Red visible pero que fue fácil para mí, gracias a su vez a «Internet para dummies» —, me encontré con algo que me costó creer y después asimilar. Era un libro, un impresionante libro titulado «Cómo ser un asesino a sueldo para dummies«. ¡Era increíble! No solo aprendería a ser alguien a quién temer no solo por su mente, sino también por sus capacidades físicas y tácticas… Me sentía poderoso. Pero lo mejor no era eso, no… Lo mejor de todo era que si existía aquel libro en la Deepweb, era muy probable que existiesen algunos cuantos más que no aparecerían en ninguna de las estanterías de ninguna librería.
Pasé días y noches buscándolos. Tarea bastante ardua, pero al final los conseguí. Dos mil sesenta y ocho ejemplares que iban desde “Cómo crearte tu propio pasaporte falso para dummies”, hasta “Cómo crearte tu propia bomba nuclear para dummies”, pasando por “Física cuántica para dummies” o “El ser humano y otras razas del universo para dummies”. No tenía tiempo que perder, me dispuse a leer todos y cada uno de ellos.
Un año después era uno de los científicos más importantes del planeta y mi cuerpo el arma perfecta que jamás haya sido creada. Gracias a mi creciente poder adquisitivo compré una mansión a las afueras de la ciudad, perdida entre las montañas, en el centro de un frondoso bosque. Instalé el sistema de seguridad perfecto: láseres invisibles detectores de movimiento, robots con apariencia de animales armados con importantes condensadores de electricidad, capaces de soltar una importante descarga a cualquier intruso, provocándole desde una ligera parálisis temporal hasta la muerte instantánea —¡Gracias «Robótica para dummies«! —, detectores de calor y un sistema de cierre para la casa en caso de asedio. Contaba con un huerto en la parte trasera, placas solares en el tejado para el agua caliente y la electricidad, así como un par de sistemas de apoyo energético con molinos de viento eléctricos y energía geotérmica. Domoticé toda la casa. Cristales que se tintan a voluntad si hace mucho sol. Internet por satélite disponible en cualquier lugar: En la televisión, en el espejo del cuarto de baño principal, o en el frigorífico por ejemplo, que hacía el resto de la compra que hiciese falta o manda al robot recolector de verduras —aún estoy pensando un nombre— a recoger las que hubiesen que reponer. Robots de limpieza que mantenían el lugar impecable y lo mejor de todo… Smartdummie, una Inteligencia Artificial con su propio Sistema Operativo, ambos creados por mí gracias a «Programación para dummies«, que se encargaba tanto de que todo estuviese correcto dentro de la casa, como de la seguridad exterior. El lugar también contaba con un sistema de recogida de agua de lluvia y su posterior tratamiento para que fuese apta para consumo humano, además de tener acceso a un lago subterráneo. Entre este lago y el sótano de la casa, mandé a construir una nueva planta, con una extensión considerable de terreno que alberga invernaderos en los que son reproducidas a la perfección las condiciones necesarias para el cultivo de determinados alimentos.
Todo esto hacía del lugar una fortaleza impugnable y autosuficiente, pero la parte que más disfruté diseñando y posteriormente equipando, fue el laboratorio… Tenía todo lo necesario para crear cualquier cosa y descubrir otras con las que los científicos de pie de calle aún sueñan. Volví a leer Física cuántica, Astronomía, Física y química y Ciencia para dummies, estaba dispuesto a encontrar la respuesta a la Gran Pregunta: ¿Existe la vida después de la muerte?. Inevitablemente otra más vino a mi cabeza: ¿Existe vida inteligente en alguna otra parte del Universo? Y así vinieron muchas otras más, imposibles de responder si me hubiesen preguntado unos años atrás, pero ahora todo es diferente… Poseo el conocimiento, solo necesito las pruebas. Comencé a construir lo que sería mi trabajo definitivo, mi legado a la humanidad, mi Ópera Prima. El colisionador de partículas más grande e importante de los pocos que existen.
Podría decir que las obras fueron difíciles, pero estaría mintiendo. Los robots de trabajo eran más que eficientes, y debido a que conseguí que la alimentación de sus circuitos fuese mediante una pequeña batería nuclear, no descansaban día o noche. Había programado bien a Smartdummie, ella era la que dirigía las obras con una perfección asombrosa. En aproximadamente unos seis meses todo estaba listo.
Me encontraba completamente nervioso. Como nunca antes lo había estado. No era para menos, gracias al nuevo colisionador podría reproducir a pequeña escala el famosísimo Big Bang, y algo así no se veía todos los días… Calculé que solo tardaría unos tres segundos en pulsar el botón de inicio —podría haberle ordenado a Smartdummie que iniciase la prueba, pero instalé un botón específico para poder apretar algo físico… Necesitaba que algo me uniese con el mundo terrenal ante un evento tan importante—, y ya no habría marcha atrás. El futuro de la humanidad cambiaría en ese período de tiempo tan absurdo.
Tres segundos.
Alguien llamó al timbre de la puerta interrumpiendo mi cadena de pensamientos. Pero… ¿cómo era posible? Nadie sabía que estaba allí y las obras del colisionador, aunque ocupaba toda la base de la montaña en la que vivía, fue silenciosa y bajo tierra.
Fui hasta la entrada principal, ordenando a Smartdummie que estuviese alerta, y que si fuese necesario, iniciase el Protocolo de Emergencia Número 666. Os podría indicar que procedimiento sigue dicho protocolo, pero os ahorraré tiempo resumiéndolo en un: Salvar a toda costa el culo del creador —o sea, yo —, costase lo que costase, incluida la eliminación de cualquier ser humano que se cruzase en el camino. Abrí la puerta en parte curioso, parte temeroso. No es que sea un cobarde, simplemente aprecio mi vida lo suficiente como para no querer perderla. Allí de pie había un hombre trajeado, con la misma cara de asombro que yo y con un sobre en una mano y un paquete en otra.
—¿Luis García Ribada?
—Sí, soy yo…
—Verá… Tengo una carta para usted. ¿Podría proporcionarme algún documento de identidad, por favor?
—¿Una carta para mí? ¿Y se puede saber de dónde viene?
—Ya me gustaría Señor, pero… Verá, es todo demasiado extraño. Esta mañana cuando cogí la carta para traerla no tenía ninguna esperanza de encontrar una casa aquí arriba, y ni mucho menos a el Señor Luis García Ribada en ella…
—¿Tan pocas ganas de trabajar tiene? Bueno… El caso es que no hay nadie que sepa que vivo aquí, por lo que esa carta debe de ser algún tipo de error…
—¿De verdad piensa que puede existir algún Luis García Ribada más, en este jodido monte? ¡Venga ya! Hace veinticinco años, alguien dejó una suma muy importante de dinero para que se le entregase esta carta, en este día, justo en este preciso instante… Ese alguien, además de dejar las coordenadas exactas de su casa, dejó también una caja e instrucciones. Según el funcionario que recepcionó el envío, el extraño viajero le dijo que usted rechazaría el paquete en primera instancia, pero que entonces es cuando tenemos que ofrecerle la carta e insistir en que la leyese. Pues hala, aquí la tiene…
El cartero me la entregó a la vez que me dirigía una mirada fulminante, no dándome otra opción que abrirla. Recuerdo que pensé que todo aquello era absurdo, hasta que vi la letra con aquella perfecta caligrafía —gracias, “Caligrafía para dummies”— impresa en el papel. Aquella letra… Era la mía.
Le miré estupefacto intentando comprender. Él me hizo un gesto con la cabeza indicándome que leyese. Y leí… No daba crédito a las palabras que iban resonando en mi propia cabeza, pero sin embargo hubo algo que hizo que creyese cada una de las palabras. Al terminar había una posdata: “Los de Correos han hecho un buen trabajo, y sabes también como yo, que el chaval ha tenido mucha paciencia… Dale los 411.84 euros que tienes en tus bolsillos; concretamente en el trasero derecho y en el delantero izquierdo… Vamos, cuéntalo. Es la primera prueba que necesitas. Ahora coge el paquete y deja al chico que se marche y no te preocupes por darle esos euros, es una minucia para ti. Además, el dinero ya no importa.” Introduje las manos en los bolsillos que la carta indicaba y saqué cada billete y moneda que había, asegurándome muy bien de que no quedaba nada más. La cantidad era exacta a la que mencionaba la carta. Le di el dinero al chaval que me miró con la boca abierta.
—Esto es por haber guardado la carta durante tanto tiempo y por haberte tomado las molestias de haber venido hasta aquí. Son unos…
—Cuatrocientos once con ochenta y cuatro euros… ¿verdad? El antiguo funcionario lo dejó por escrito como motivación para venir a entregarle el paquete…
El chico cogió el dinero y se marchó sin cerrar la boca, abierta en una mueca de sorpresa que no desaparecía y posiblemente, tardaría todavía mucho en hacerlo. Yo caminé hacia el interior de la casa sin ni siquiera cerrar la puerta. Abrí el paquete. Dentro había un libro envuelto en papel de estraza y una nueva carta. Y ahí, justo ahí, fue cuando todo mi mundo se fue a la mierda. No voy a transcribiros cada letra; básicamente aquella nueva carta, otra vez dirigida hacia mí, contaba con pelos y señales que todo el conocimiento que estaba adquiriendo solo traería destrucción y muerte. No importaba cuanto de buenas fueran mis intenciones, ni que hiciese cosas para evitarlo. El fin siempre era el mismo: la extinción de la raza humana. «Nadie debe estar en posesión del conocimiento absoluto. Somos humanos, no Dioses«, me decía mi Yo del Futuro. Al final de la misiva me explicaba que solo era plausible una única opción, solo una viable que no provocaría la muerte del mundo y de mí mismo. Todo se encontraba en el libro que acompañaba a la carta.
Lo abrí desesperado, deseando saber que conocimiento había impreso en sus hojas. Al rasgar el papel de estraza el título quedó visible. «Cómo crear tu propia máquina del tiempo para dummies«, rezaba… Continué leyendo el último párrafo; en él, mi yo explicaba que en un futuro cercano conseguiría crearla, pero no tendría tiempo de conseguir que no solo pudiese enviar materiales, sino un humano al pasado, que antes todo desaparecería por mi culpa. Por lo visto, utilizó toda la energía que le quedaba, generada por el colisionador, antes de que abriese un agujero negro y se tragase al planeta por completo para enviar el paquete al pasado. Otro Yo del futuro, uno más lejano, fue quien escribió la carta y el libro, con la esperanza de que alguna de mis versiones del pasado pudiese hacer lo que debía de hacerse… Este primero consiguió enviar el paquete desde una tierra desolada, en la que solo yo había sobrevivido, condenado a ser el último individuo de la especie, en una suerte de Tierra marciana, casi sin oxígeno y sin alimento alguno…
Me puse manos a la obra. Tuve la máquina lista para el transporte humano en el tiempo en tan solo seis meses. Me vestí para la ocasión con ropa especial para aquel tipo de misión y metí en un maletín todo lo que necesitaba. Una vez en el interior de la Esfera Temporal introduje la fecha. 16 de mayo de 1990. Día en el que estaba fechada la segunda carta. Antes de nada quería comprobar quién fue el hombre que entregó el paquete en Correos, aunque ya tenía una ligera sospecha de quién era. Tras un ligero cosquilleo y una profunda sensación de levitación, allí me encontraba delante del edificio, cuando la llegada de una persona confirmó mis sospechas. Era otra versión mía venida desde el futuro y estaba vestido de una forma muy parecida a como iba vestido yo mismo en ese momento… Esperé a que saliese y lo seguí. Entró en un estrecho callejón y tras unos pasos se derrumbó. Corrí en mi ayuda y me sostuve entre mis brazos.
—Eees… estás aquí… He con… seguido que vinieses… Tienes que… hacerlo. O… todo estará perdido…
—Lo sé. Descansa, tu misión ya ha terminado. Pero, ¿por qué? ¿Por qué te estás muriendo?
—No tenía tiempo de realizar los cálculos para la superviviencia al viaje en el tiempo… Mi… nuestra… vacuna contra la gripe, desencadenó una epidemia mortal a nivel mundial… Tenía que conseguir que el jodido paquete te… nos llegase…
—Y lo hizo… Lo hizo… Deja que termine lo que hemos empezado. No nos fallaré…
Y mi Yo del Futuro soltó su último respiro.
Cogí un avión esa misma tarde hacia mi destino. Todo lo que llevaba en el maletín pasó por los controles sin levantar ninguna sospecha, gracias al polímero especial con el que lo fabriqué. Eran las diez de la noche y allí me encontraba, en el exterior de la casa de Michael «Mac» McCarthy. En unos minutos empezará una discusión con su Tío y este le sugerirá un libro con suficiente información para los principiantes, que acabaría dándole la idea del primer libro para dummies. Me situé en la cima de la colina más cercana y abrí el maletín. Monté cada una de las piezas del fusil de francotirador de cerámica que yo mismo fabriqué. Recordé uno de los libros que encontré en el mercado negro: “Como ser el perfecto francotirador para dummies”. Introduje un cartucho en la recámara y eché la palanca de montar hacia delante. Observé que el viento no soplaba, por lo que el proyectil no se desviaría ni lo más mínimo. Calculé la distancia, unos ochocientos metros. Elevé el fusil los grados precisos y apunté a la cabeza del Tío de Mac. Relajé mi respiración hasta tener las pulsaciones al mínimo y aguanté la respiración, estaba preparado para el tiro perfecto. Michael McCarthy entró en el salón. Alea iacta est. El estruendo cruzó la noche. Todo lo que yo era había dejado de ser.
Siempre pensé que sería como en las películas, que yo desaparecería cual fantasma en un instante al corregirse la línea temporal; sin libros para dummies mi propia persona, tal y como soy ahora, desaparecería para siempre, pero no. Partes de mí se fueron desprendiendo convirtiéndose en polvo, polvo que se lleva el viento transformando esa energía, energía convertida en polvo de estrellas que viaja por el Universo. Ya han pasado días desde que cambié el futuro y aún sigo aquí, vagando de un lugar a otro, condenado a desaparecer dolorosamente. El Universo y el Tiempo, al parecer, es como la Naturaleza de nuestro propio planeta. Gaia. Siempre se corrige a sí misma, pero con mucha paciencia; no entiende las prisas del ser humano. No sé porqué estoy escribiendo esto, puede que simplemente necesite contarlo y me conforme con este cuaderno que traje conmigo, o tal vez alguna versión de mí la necesite algún día… Lástima que no pensase en escribir “Cómo morir dignamente después de salvar el mundo para dummies”, me vendría muy bien en este momento…
Al fin y al cabo solo siento tristeza. Pero no por mí, sino por mi Yo del Presente, un simple crío. Ese pobre individuo, ignorante como el resto de los humanos, que nunca sabrá que un día fue la persona más inteligente que jamás haya existido sobre la faz de la Tierra, viviendo para siempre en la mediocridad.
Tal vez sea mejor así… por el bien de todos.
Adiós Mundo Tonto.
Se despide, atentamente, el Master Dummie.
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