—Buenos días, amigos y amigas. No vengo a pedir dinero, ni a tocar un instrumento por comida. Me llaman el Hacedor de Cuentos, y quiero haceros una propuesta.
Así atrajo la atención de los viajeros. Su indumentaria bien podía llevar a la conclusión de que estaba completamente loco, pues los colores no parecían llevar un patrón lógico. Si te fijabas en él durante el tiempo suficiente, te recordaba a los pájaros de las densas junglas del Amazonas, tal era su viveza. Sin embargo, sus prendas no tenían nada de extraordinario, más allá de la disparatada policromía.
—En este día, mis pasos me han conducido a esta línea de Metro y a este vagón. ¿Casualidad? Ciertamente no, pues si se fijan bien podrán comprobar que el número de lectores excede lo habitual. No hay jóvenes alocados con su música, ni amantes de la tecnología conversando con los dedos. Aquí, por lo que puedo ver… contamos con ocho lectores. Ocho grandes lectores, diría yo, si han desdeñado los instrumentos de atontamiento moderno y prefirieron nadar entre letras.
»Ahora bien, mi propuesta es la siguiente: hoy haremos una historia entre todos.
Los viajeros comenzaron a murmurar entre ellos, aún tratando de superar la sensación de extrañeza que les provocaba todo aquello. Los más entusiastas sonrieron y aceptaron participar, mientras que los más recelosos —curiosamente, fueron los jóvenes— aún tenían sus dudas.
—Comprendo que todo esto puede ser singular y chocante, mas os garantizo que habréis de disfrutarlo. Sólo os pido que cada uno leáis una frase de una página al azar de vuestros libros, y de esta manera podamos componer una historia para recordar
Aquellos que no parecían dispuestos a participar acabaron accediendo, pues se trataba de una tarea muy simple. Los demás viajeros trataban de ocultar su interés observando sus móviles o con la mirada perdida, aún siendo evidente que estaban escuchando.
—Bien, repasemos los libros con los que contamos. ¿Seríais tan amables de decir el título del que tenéis entre manos, comenzando por los de mi derecha?
Hizo un gesto hacia una joven en cuyas manos reposaba una novela de gran volumen, y tras esbozar una sonrisa dijo simplemente: El Silmarilion
—¡Maravilloso! Una obra maestra de la literatura de fantasía. Tal vez algo farragoso en determinadas partes, pero sin duda indispensable en una buena colección. ¿Podría continuar usted, caballero?
Poco a poco, venciendo la timidez inicial, uno a uno mencionaron los títulos. Tal vez en condiciones normales habrían reaccionado de otra manera, pero aquel individuo tenía un carisma natural con la que rápidamente se tomaba uno confianza.
—De acuerdo, pues. Corríjanme en caso de equivocarme, pero diría que los que tenemos son: El Silmarilion, Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe, Los Tres Secretos del Samurái, La Traición de Roma, La Pasión Turca, El Color Púrpura, Médico de Cuerpos y Almas y El Hereje. Una buena variedad, de eso no hay duda. ¿Qué os parece si empezamos? Las únicas normas son que debe resultar una frase coherente, que no sea una conversación y que si el anterior lector hablaba en primera persona, se continúe así. Si me hace el favor…
La joven abrió el libro en una página cualesquiera y comenzó a leer:
—«Los cazadores giraron al este y luego hacia el norte.»
—¡Muy bien! Un buen comienzo. Quisiera, si sois tan amables, que cuando uno acabase una frase el siguiente la continuara, de manera que así fuese algo fluido. ¿Te importaría volver a empezar?
La joven asintió y comenzó de nuevo, seguida por los demás:
—«Los cazadores giraron al este y luego hacia el norte» —«aunque eran innumerables las imágenes sombrías que me oprimían en mis sueños, escogeré para mi relato una sola visión.» —«Un dorado tono discurría entre las orillas del río cambiando su color; el cielo se convirtió en escarlata y jade sobre las montañas y el aire fresco.» —«Allí estaría lo suficientemente lejos de Roma» —«El ser humano es muy propenso a dictar sentencias; y más, cuanto más ignorante y cuanto más lejano le queda aquello que condena» —«Una prisionera» —«Moví mi cabeza una y otra vez» —«Me sentía literalmente arrinconada» —«De donde venía pocos podían decirlo, y pasó mucho tiempo antes de que los Sabios lo descubrieran» —«Un sentimiento, para el cual no hallo nombre, se había apoderado de mi alma» —«Casi sin vida, pálida, apenas sostenida por la férrea voluntad de sobrevivir» —«sólo una mujer podía doblegar la voluntad de Escipión.» —«Qué curioso que ahora, al recordarlo, es cuando caigo en la cuenta de lo que hacía, de mis estados de ánimo de entonces, o de mis depresiones y de sus consecuencias.» —«Tal vez tú hayas sabido desde el principio que estaba enamorada de él; pero yo no me daba cuenta.»
—¡Extraordinario, vamos por buen camino!
—«Aquel fue uno de los inviernos más terribles,» —«hay influencias astrales que, en cierta medida, determina estas cosas.» —«El Sol se puso, y un gran silencio sobrevino.» —«Después, el sentimiento de una repentina inmovilidad en todo lo que me rodeaba.» —«Pronto desataría las cintas que me ceñían, y sería para siempre.» —«Estaba enfadada, pero orgullosa al mismo tiempo.» —«Yo sabía qué peligrosos eran tal estado y tales circunstancias para mí.» —«¿Por qué no los he matado a todos?» —«La oscuridad que me rodeaba era total» —«Hasta mí llegaban los graznidos de las urracas, los pío-pío de las cogujadas, el áspero carraspeo de los cuervos» —«Hacía varias horas que cerca del catre en el que me hallaba acostada se encontraba un número incalculable de ratas» —«Esperaba, si llegaba el momento, encontrar en mi interior la fuerza para morir con valor, sin apartar la mirada, sin suplicar» —«Ahora que la oscuridad me lleva» —«Ten por seguro» —«Te esperaré.»
—¡Soberbio, magistral! Aunque podríamos mejorarlo para no fuera tan tétrico porque… ¡oh, mierda!
—¡Son ellos! —gritó el oficial de policía.
De pronto, un joven que había pasado desapercibido hasta el momento salió corriendo, seguido de cerca por el de la ropa variopinta y más atrás, los sabuesos de la ley.
—¿Pero qué pasa? —preguntaron los viajeros.
—Hagan el favor de comprobar bolsos y carteras —dijo el policía más rezagado.
La sorpresa fue mayúscula al descubrir que, mientras el arlequín de labia fácil los había distraído, su hasta ahora desconocido compañero desvalijó lenta pero meticulosamente a la mayoría de los presentes.
Minutos más tarde regresó la policía, con expresiones cansadas y las manos vacías. Tomaron declaraciones, y al proseguir su viaje con el ánimo decaído y el corazón ofendido, la primera lectora halló en el suelo del vagón una nota que así rezaba:
Disculpen ustedes la inconveniencia
de privarles de sus pertenencias
mas recuerden este día con cariño
y no recelo
pues el Hacedor de Cuentos
les ha tomado el pelo.
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