Todo era oscuridad a su alrededor. Sabía que tenía los ojos abiertos, y sin embargo no veía nada… ¿Nada? No. Se estaba engañando a sí mismo. Allí había algo. Mierda, y tanto que lo había. Sentía el vello de la nuca erizado, alguien —más bien algo— le estaba acechando, observando, y casi podía decir con total certeza que no traía buenas intenciones.
Todo estaba borroso. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? Su nombre le venía a la cabeza, pero ese ruido, ese jodido ruido, agudo y terrible, metálico, roto, entrecortado, no le dejaba pensar, le estrujaba el cerebro y hacía que casi se le saltasen las lágrimas. ¿Qué cojones hacía allí? Recordaba su vida, sus problemas con el alcohol… ¡Oh, joder! Danny, le hizo daño a su pequeño, pero… ¿era esa su vida? Creía que era un recuerdo pero, maldita sea, era como si estuviese viendo una película. Sí lo es, pero a la vez la notaba tan lejos que no la sentía como suya… ¡Pero ya no bebía, hacía mucho tiempo que no probaba ni una gota! ¡Eso es! Todo le va bien, todo le va como la seda…
Unos pasos corrieron muy cerca de él.
—¿Qué ha sido eso?—Una risa aguda se elevó por encima del ruido de fondo.
—Aquí todos flotan…
—Joder… ¡Quién está ahí! ¡Da la puta cara! —Nadie respondió a su petición, tan solo aquel ruido de fondo que no cesaba, capaz de volver loco a cualquier persona.
Cayó en la cuenta de que ya no se encontraba sumergido en la total y absoluta oscuridad, parecía que sus ojos se estaban acostumbrando a la negrura que lo rodeaba; poco a poco el ambiente pasó a ser grisáceo. Distinguió el suelo al que sus pies se aferraban, pero no pudo ver pared alguna a su alrededor. Caminó despacio sin rumbo, buscando alguna forma de salir de aquella pesadilla. Paró en seco cuando se encontró con unos ojos rojos; los tenía allí delante flotando en la nada, observándole fijamente y en un instante volvieron a desaparecer. Creía estar volviéndose loco, nunca había sentido tan real un sueño… El sentir una leve brisa maloliente y la sensación de ser observado, acechado, le decían que estaba despierto, que aquello no podía ser un sueño, pero era imposible, aquel lugar no podía existir. Al menos en la tierra de los vivos… Entonces sintió verdadero terror. ¿Estaría muerto? No recordaba nada de ningún accidente y estaba seguro de que no se había suicidado, ya no, ahora que había superado su adicción. ¿Y si le habían asesinado? No. Tampoco era posible. Su último recuerdo era la sonrisa de su mujer y su mirada triste cuando salía de casa, orgullosa de que él estaba recuperado y preocupada por la mala situación económica por la que estaban pasando.
Sabía que iba camino de algún lado… ¿De dónde? No conseguía recordarlo.
—¡No! Maldita sea, esta no es mi vida… Este no soy yo… ¿entonces, quién soy?
Rebuscó entre sus recuerdos. ¿Quién fue su primer amor? ¿Cómo eran sus padres? ¿En qué escuela cursó la primaria? ¿Dónde dio su primer beso, o con quien echó su primer polvo? No recordaba nada. Pensó en la posibilidad de que sí que fuera su vida… ¿No había sido un completo borracho? ¿Un alcohólico? La bebida podría haberle hecho borrar sus recuerdos, enturbiar su vida hasta el punto de no saber quién era realmente… Sí, eso es. La puta bebida le había destrozado la vida casi por completo. Pero ella, Wendy, estaba ahí. Soportándole. Ayudándole. ¡Oh, Dios! Danny. El pobre Danny.
Un gruñido que le hizo romper la cadena de sus pensamientos le hizo parar en seco. Un perro, grande, muy grande, le cortaba el paso. Le salía espuma por la boca y entre ella podía ver los dientes, todos en hilera, destacando los colmillos por encima del resto. Le daba igual que aquello fuese un sueño, sentía en lo más profundo de su ser que si aquel enorme animal se le echaba encima la vida se le escaparía, dormido o despierto, devorado vivo. Se imaginó cómo aquellos colmillos se hincaban en él, desgarrando músculos y partiendo huesos, mientras él gritaba intentando deshacerse de las fauces que jamás le soltarían, hasta que su carne —al menos hasta que el cerebro dijese basta— fuese entrando en el gran estómago del perro… Pero este no le gruñía a él, tampoco le estaba mirando. El San Bernardo se abalanzó hacia delante, trazando largas zancadas, corriendo a por su presa. Él se agachó, cubriéndose el rostro con los brazos, esperando la primera dentellada. Pero esta no vino. Escuchó cómo el animal se alejaba tras su espalda. Se levantó temblando e intentó recobrar la compostura… Tenía que salir de aquel lugar, fuese como fuese.
Entonces vio un camino que se perdía en la lejanía, justo a sus pies, un camino de adoquines amarillos. Dio la vuelta, era el camino por el que estaba andando. Comenzó a caminar algo más rápido que antes, sentía que iba en la dirección correcta. Empezó a correr, primero un leve trote, en unos segundos se encontró corriendo a todo lo que daba de sí, tenía que llegar lo antes posible al final del camino, era ahora o nunca podría salir de aquel lugar, algo en su interior se lo gritaba.
Comenzaron a formarse figuras a los costados del camino. Al principio no quería fijarse en ellas, no quería distraerse de su objetivo, no quería desviarse ni lo más mínimo… pero no pudo evitar mirar. Todas y cada una de aquellas figuras lo observaban impasibles e inmutables, sin decir nada, en completo silencio. Lo primero que distinguió fue a una muchacha, una adolescente muy delgada con el pelo sucio. Cuando pasó a su altura pestañeó. Pudo ver antes de que desapareciese de su vista cómo iba cubierta de sangre y su espalda estallaba en llamas. Vio personas deformes, con los rostros desencajados. Vio niños de ojos rojos y pelo blanco con miradas amenazantes. Figuras pintadas que le recordaban a los nativos americanos que le causaron un gran desasosiego. Luces en el cielo que sabía que no traían nada bueno. Coches siniestros sin conductor. Una cúpula lejana que encerraba un pueblo. Una misteriosa y oscura tienda con un cartel que rezaba “¡Entre y eche un vistazo a la nueva tienda de Castle Rock!”. Una tenebrosa e imponente montaña rusa. Casas que se retorcían. Un hombre calvo, frío y delgado. Otro con unas botas de cowboy, pantalones vaqueros y chupa de cuero con capucha. Seres indefinidos con gabardinas amarillas, mitad hombre, mitad animal y seres indescriptibles provenientes de otros mundos… Y cada una de aquellas visiones le dio pavor, le resultaron aterradoras y amenazantes. Sabía que todas aquellas cosas eran el mal en estado puro y todas tenían un único fin. La destrucción de los vivos, la destrucción de la Torre.
Entonces lo vio. Un hombre de pelo moreno y fríos ojos azules. Portaba dos revólveres con culata de sándalo, uno en cada pierna. Le sonrió. Se sintió aliviado cuando al pasar junto a él le oyó decir una única frase.
—No olvides el rostro de tu padre.
Corrió con fuerzas renovadas. En la lejanía pudo ver que algo se encontraba en el camino. Un objeto firme. ¿Era a dónde tenía que llegar? ¿Aquel era el final del camino? Recortó la distancia que le separaba de lo que fuese aquello en poco tiempo. Antes de llegar pudo ver una última aparición a su izquierda. Una rosa. Del interior de esta una luz muy brillante casi le cegaba, de ella salían un millón de voces que se entremezclaban, tapando el terrible sonido de fondo. Aquel sonido era agradable. Y entonces supo que todo estaba bien.
Llegó al final del camino. Allí le esperaba una puerta, de fustaferro, completamente negra. Arriba, en el dintel, había grabado algo. Al observarlo de cerca pudo ver que era un número, el diecinueve. No supo qué significaba, pero ya no importaba, ya era hora de salir de aquel infierno. Giró el picaporte y una intensa luz le envolvió. Antes de cruzarla echó un último vistazo atrás. Allí, en el fondo, un payaso con un globo que flotaba, atado a la muñeca, se despedía agitando la mano. Entró en la luz sin pensárselo dos veces.
Jack abrió los ojos, se sentía mareado, pero al mirar alrededor supo dónde estaba. Hacía poco que había salido de su casa hacia una entrevista de trabajo, de hecho, ahora se encontraba allí, sentado en una sala a la espera de que le llamasen.
—¿Jack Torrance? —dijo un hombre de estatura baja y regordete que salió de la puerta contigua. Jack levantó la mano en silencio, aún aturdido —Entre. No tenemos todo el día.
“Qué empleaducho engreído”, pensó. Recordó porqué estaba allí, era por aquella oferta de trabajo de vigilante de invierno del Overlook Hotel. No era gran cosa, es más, era una mierda de empleo, pero su familia necesitaba aquel dinero. Se encontró sonriendo, ya sin recordar nada del sueño que creía que acababa de tener en la sala de espera. Sabía que aquella era una muy buena oportunidad para empezar de nuevo, aunque su labor apestase.
Aquel puesto sería el trabajo de su vida.
One Reply to “Relato: «Al otro lado de la puerta», de Daniel G. Domínguez”
Dani,NS
Jajajaja para los fans del señor King ¿no? Me encantó tu cuento, como una fan de S.K. me gustó mucho descubrir cada personaje e imaginar cuál estaba por llegar. Largos días y placenteras noches!!