Acaricio con delicadeza su piel. Aparta la sábana de satén negro que he puesto pensando en las mil y una batallas de aquella fría noche, para descubrir mi piel blanca, tersa que tanto desea… Nuestros cuerpos, desnudos, ardientes y deseosos de fundirnos con el otro, nos instaban a saciar esa sed de pasión y lujuria que, durante todos estos días, hemos estado alimentando… Miradas furtivas por los pasillos de la facultad, insinuaciones disimuladas estando con el grupo, breves incursiones a los servicios del sexo contrario para calentarnos con promesas de todo lo que haríamos esta noche. Nos buscamos y, por fin, nos encontramos.
Todo estaba dispuesto. La música suave del mejor jazz para dar ambiente, las lámparas de las mesillas de noche cubiertas por un fino tul rojo, provocando una cálida y morbosa intimidad, la botella de cava en la cubitera…
—¡Eh, eh, eh! ¿No te estás pasando con tanto detalle y cliché? —preguntó mi voz tomada por un continuo catarro. Tras sonarme con gran estruendo pregunté a mi interlocutora— ¿En serio esto os gusta a las mujeres?
—A ver, es que tú no entiendes este tipo de literatura, amor —me respondió Erika con voz suave, un tanto cansada, como cuando una madre repite a su hijo una frase que no ha entendido por decimonovena vez—. Al leerlo se nos encienden todos los sentidos… La mente es el órgano sexual más poderoso… Aunque creo que eso no lo llegarás a entender…
—Pero… —No me dio tiempo a responder. Hizo con el dedo un gesto suyo muy significativo. Se tocó el cuello, como masajeándolo con la yema. Tenía una idea y debía volver al ordenador para llevarla a cabo y yo sobraba en esa habitación. Antes de salir del despacho me quedé mirándola. Seguía masajeándose el cuello con el dedo índice. «Cómo me pone ese gesto». Cerré despacio, evitando que la puerta chirriara, y me dirigí al salón.
Diez minutos después de estar tumbado en el sofá intentado ver la televisión, decidí que me aburría. Era domingo, no tenía trabajo por hacer y mi querida mujer estaba en el despacho aislada, pariendo una idea para su nuevo capítulo de «Deseada. Diario de una cosmopolita», un folletín de literatura erótica que desaprovechaba todo el talento que tenía… Bajo mi perspectiva, Erika había bajado el listón al aceptar ese encargo de su editorial, había empeorado su forma precisa y limpia de escribir, sus escenas y personajes tan redondos; sus mundos fantásticos y enérgicos ahora se veían ahogados por sábanas de seda, cuerpos marmóreos y perfectos y encuentros tórridos en los sitios más insospechados de la ciudad. Cierto, cariño, no entiendo cómo has decidido dejarte abducir por este mundo…
Me levanté cabreado y me fui al cuarto. Necesitaba evadirme, leer y olvidarme de lo que acababa de pensar sobre Erika… En realidad, no se merecía que fuera tan crítico… Avancé por el pasillo y volví a entrar a hurtadillas en el despacho. Erika estaba absorta escribiendo y no se había dado cuenta de que había vuelto a entrar. Me llamaron la atención unas cuartillas que había dejado abandonadas en la mecedora de la abuela… «Las fantasías de Erika», leí y, raudo, cogí los folios y salí de la habitación…
Me encanta la letra de Erika. Es tan estilizada, elegante y cursiva… Es otra de las cosas que me enamoró de ella. Aún llevo en el maletín del trabajo la primera carta que me escribió. No me decía gran cosa, un simple «Te veo en casa», pero fue su primer acto de amor hacia mí… Recordando tiempos pasados, me planté en la habitación, me descalcé y me tumbé en la cama. No eran muchos folios, por lo que deduje que era una novela erótica inacabada o, simplemente, unas anotaciones.
Comencé a leer, aunque en el fondo sabía que sería el mismo tipo de literatura que últimamente escribía. La primera frase hizo que me irguiera, interesándome, de repente, por la narración: Tenía claro desde un principio que mi historia con Mikel no funcionaría; yo vivo en el mundo real, él, en el suyo imaginario. El único nexo posible entre nosotros habría tenido que ser el sexo… pero ni eso.
—¡Vaya! Para ser literatura erótica, parece que falla el «miembro» masculino. —Lástima que no estuviera aquí nadie para haber oído tan gran simplicidad.
Poco a poco me introduje en lo que era la vida sentimental de la protagonista, Erika, con un funcionario del Ministerio de Sanidad, inteligente, buena persona, pero muy enclenque y poco ducho en los temas maritales. Vamos, que era malo de narices en la cama. Paralelamente, se introducían pequeños fragmentos de encuentros muy tórridos de Erika con el alterego de Mikel. Seguía siendo inteligente y buena persona, pero con un cuerpo diez, marmóreo —para no variar— y una versión mejorada en temas sexuales de los que en la realidad era Mikel…
Tras el primer encuentro en un parque, tras un viejo nogal, Erika se recomponía su faldita de cuadros que tan cachondo ponía a Mikel, mientras él se ajustaba el cinturón. Una vez se recompusieron, salieron a la vereda, agarrados por la cintura, como cualquier pareja de enamorados que daban un inocente paseo por el parque. Tras una larga mirada a su chico, Erika se detuvo, se alzó un poco y dio un cándido beso a Mikel y le susurró al oído: «Me amarás siempre, ¿verdad?»«Tanto o más como hace un rato, cariño», respondió él sonriendo, haciendo que se le marcase el hoyuelo de la barbilla… Detuve la lectura y pensé en la vez que le dije yo esa frase… «Si al final voy a ser el protagonista de su historia…»
Tras ese delicioso recuerdo, de la primera vez en la que le pedí que saliéramos juntos, volví a sumergirme en el manuscrito. Deslizaba, recreándose, mis medias, sin ningún pudor, como nunca lo habían hecho. Veía lujuria en su mirada. Una vez me desnudó, me miró y me sonrió enigmáticamente. Me besó largamente en los labios y comenzó a bajar, recorriendo todo mi cuerpo. Besó mi cuello, mordisqueó mis pezones y jugó con esa parte voluptuosa de mi anatomía, ahogándose entre mis senos; lamió con frenesí mi vientre y, por fin, después de hacerse mucho de rogar, introdujo su rostro angelical entre mis piernas…
—¡Joder! —resoplé. Me había puesto muy cachondo con la escena lésbica que acababa de leer… Sabía que la imaginación de Erika era desbordante, pero ¿tendría ganas, en verdad, de hacérselo con una tía? ¿Me permitirían participar? Sin sentir que mi relación peligrara, total era una fantasía por escrito, continué leyendo.
En los escasos diez folios que componían el manuscrito, Erika describía, sin entrar en aspectos sórdidos que pudiera acercarle a la pornografía, escenas lésbicas, tríos, voyerismos, orgasmos y multiorgasmos, posturas imposibles (algunas las había intentado practicar con Erika, pero al final, lo único excitante y placentero había sido la sensación de frío del antiflamatorio, aplicado, eso sí, con mucha sensualidad por Erika…)
Cuando terminé de leer, además de una incómoda erección, tenía la sensación de que debía sorprender a Erika de alguna forma, ya que, después de haberlo leído, estaba casi seguro de que el pánfilo de Mikel era yo… Así que, sin dudarlo, me dispuse a realizar la escena que Erika había descrito en último lugar…
No se oía nada procedente del interior del despacho. «Perfecto», pensé, sonriendo bobaliconamente, imaginándome el rato de buen sexo sobre el escritorio…
Entré sin hacer ruido. En ese momento, Erika se desperezaba, agotada de tanto tiempo escribiendo. Sus cabellos rubios refulgían con los últimos rayos de sol que entraban por la ventana… Está tan buena…
Me acerqué sigiloso y, sin darle tiempo a reaccionar, le vendé los ojos con un fino pañuelo de seda negro.
—¿Qué coño haces? —logró articular.
—Psss —respondí yo—. No digas nada y déjate hacer —Siempre quise decir esta frase.
—Pero…
—¡Cállate! —le reprendí con un dulce beso en la nuca.
Le até las manos con un cinturón (a falta de esposas…), para dar al juego algo más de erotismo y empecé a desabrochar la blusa, dejando al aire sus pechos turgentes, recogidos en ese sujetador de encaje que tanto me pone.
—¡Estate quieto! —me decía resignada, con voz apagada—. ¡Que tengo que terminar este relato para mañana! No tengo tiempo para juegos estúpidos.
Me quedé petrificado. Yo esperaba que con esta sorpresilla, con este gesto de innovación, se avivara un poco nuestra vida. No lograba articular respuesta y me quedé parado, momento que aprovechó para desatarse de la débil atadura, abrocharse recatadamente la blusa, girar la silla y mirarme a los ojos.
—Cariño, ¿por qué haces esta tontería? Solo te falta el hielo —No, ya no… Con el tiempo, los hielos se derriten, pensé limpiándome el agüilla que se deslizaba por entre mis dedos… —. Escribo este tipo de literatura porque la editorial me lo manda…
—¿Y las «fantasías de Erika» qué? —pregunté malhumorado, pensando en que no iba a pasar nada sobre ese escritorio.
—¡Ah! Eso es lo que te preocupa… —dijo riéndose a más no poder —. Son cosillas que estoy escribiendo para una novela… La editorial me ha propuesto una publicación larga y estoy investigando cómo variar un poco la literatura de este género…
—¡Vaya! —expresé apesadumbrado —. Bueno, si es así, te dejo trabajar…
—Cielo —me llamó con un timbre de voz sensual cuando yo cogía el tomo de la puerta —, creo que me voy a la cama ya… Estoy cansada y mañana tengo que madrugar. ¿Me acompañas?
—Erika, son las seis de la tarde… No me tomes el… —Al darme la vuelta vi a mi querida Erika denuda para mí.
—Te cuesta coger las indirectas, eh, cariño…
Jonathan Gómez Narros
4 Replies to “Relato: «Las fantasías de Erika», de Jonathan Gómez Narros”
Esther
Me ha encantado el relato que forma de escribir tan intensa!!! *-*
Jonathan
Gracias Esther 🙂 🙂
Mar
Fabuloso¡¡
María del Mar Lana Pradera
Me ha gustado mucho el relato. Me apetecería hacerte unas apreciaciones sobre el comienzo sin ánimo de molestarte, porque tú eres el filólogo y a lo mejor yo estoy equivocada. Pero no creo que este sea el sitio indicado. Te lo mando en un privado. Un abrazo.